Es una verdad universalmente reconocida que un soltero bien situado ha de buscar esposa». Con esta locución presuntamente candorosa para el entorno victoriano de la época, comienza Jane Austen su encomiada novela Orgullo y prejuicio, que ahora cumple 200 años de su publicación y que los ávidos críticos enmarcan dentro de un contexto que supera sus límites temporales afirmando que esconde toda la historia. En la actualidad, y tras el transcurso de este recorrido secular, la esposa se ha constituido en una figura que personaliza a la Nación; y los casaderos enriquecidos -unos más que otros- se configuran, gracias al escenario democrático, en «personajes insufribles» -los políticos- que alardean ante los ciudadanos de ser dueños de su propia casa: la ciudad; la comunidad autónoma o el país, dentro de su vasta hegemonía.

¿Termina esta semana el Carnaval? Esta fiesta milenaria y pagana donde las máscaras esconden la realidad para descuidarnos de la misma. Estos días se escuchan frases que suenan a composiciones salidas de la copiosa inventiva de comparsas y chirigotas o de solteros, casados o exparejas bien avenidos en la política: Rajoy: «todo es falso, salvo alguna cosa»; Pons: «los papeles fueron escritos de una sola sentada»; Bárcenas: «Ni existe ni ha existido ninguna libreta negra»; Mato: «Hemos universalizado la sanidad para los españoles»; Repesa: «Este equipo necesita tranquilidad»... Toda una colmena, que no la de Mario Camus, se ha construido con estos personajes que nos hacen sentir la miel en los labios y la penuria del asno por la incredulidad ante un Estado descompuesto por el atropello, frente a esto: «Ya te lo decía yo. Era imposible el olvido. Fuimos verdad. Y quedó», nos recuerda nuestro añorado Jorge Guillén.