Tengo delante la foto del bebé-foca rescatado en aguas del Cantábrico, con hipotermia, y que se repone en un centro especializado a base de potitos y agua templada. Pienso que es curiosa esta deriva emocional de nuestra especie, capaz de conmoverse con los problemas de uno de tantos animalitos llamados a sucumbir bajo las leyes de la naturaleza, mientras millones de niños sufren la amenaza del hambre. Pienso, también, en la hipocresía de ese trato de lujo dispensado a un individuo de una especie que nos cae simpática, a la vez que consentimos en la explotación brutal de aquellas de las que nos alimentamos. Pero al mismo tiempo pienso si esa misma incoherencia, contradicción o extravagancia no será un brote precursor, frágil y quizás efímero, de otro modo de entender la vida, de verla como conjunto, tendiendo una mano, aunque parezca absurda, al otro lado de la verja, donde está el animal.