N­­­o tengo fuerzas ni ganas para escribir de las siete plagas de Egipto que asolan a España. No puedo, no quiero escribir de este azote bíblico porque la mierda me ahoga y quiero respirar aire puro; lo necesito y ahora más que nunca cuando estamos a punto de irnos al carajo, con seis millones de parados y la marca España echa unos zorros. Es superior a mis deseos de resbalarme por la peligrosa autopista de la corrupción en la que se ha convertido España. Todos, todos en manos de la justicia y, por Dios, que termine pronto esta basura. Tenemos derecho a ello siquiera sea por higiene mental, por dignidad y porque a España se le saltan las costuras con tanto delincuente público y notorio que se sientan en los sillones del poder o en sus aledaños.

Pero fuera de este mundo de cloacas infestas y de ratas avariciosas que comen en mesas de cinco estrellas siempre hay algo para la esperanza. Y yo he tenido la suerte de encontrarlo. Me alegró el día y me hizo olvidar a empresarios fuleros que engordan los bolsillos de impresentables políticos a cambio de prebendas. Y grité que aún podemos salvarnos de tanta mierda; que no todo está perdido y que la regeneración democrática es posible, cerrando las puertas a las hordas fascistas que están al acecho, como en Grecia.

Leí días atrás unas declaraciones del consejero delegado de Muelle Uno, Miguel Rodríguez Porras, cargadas de razones y argumentos en tiempos donde no suele ser lo normal y en las que primaba la sensatez, la serenidad y, sobre todo, porque en el fondo de sus declaraciones afloraba un fondo familiar digno de resaltar. Yo, de forma indirecta, a principio de los años setenta del pasado siglo, pude constatarlo, cuando el consejero delegado de Muelle Uno de nuestro puerto apenas levantaba unos palmos. Y estos recuerdos e imágenes de entonces me vinieron a la memoria cuando, cerca del mercado del Carmen (cada día con mejores productos de nuestra tierra y nuestro mar), vi a una persona erguida como el pino en la ladera, mirando al frente, con la cabeza alta y que andaba a paso lento, como disfrutando de la vida. Yo iba en el coche, aparqué y quise saludarle; no fue posible. Se había perdido por los callejones del Perchel. Esta persona era Miguel Rodríguez Ruiz que, a sus 79 años, pasea por las calles de Málaga con la dignidad que le da el haber sido un empresario modélico, entregado a Málaga: un empresario de raza, como lo ha definido su hijo que recuerda los inicios de su padre como tornero de Renfe, la modesta vivienda de Carranque y el primer camión como transportista.

Yo conocí a Miguel Rodríguez, con su socio Porras, en los años setenta cuando se fogueaba la empresa madre y familiar, el Grupo Myramar y que con Edipsa marcaron toda una época en la gestión empresarial, en el sector que mejor terminaron por dominar, el de la construcción de viviendas. Un ejemplo que, en los tiempos que corren, nos hace a muchos reconciliarnos con la sociedad. Por unos minutos me olvidé de las plagas de Egipto que asolan al suelo patrio.

Me reconfortó ver pasear a Miguel Rodríguez y saber que a sus 79 años sigue enamorado de su profesión, de Málaga, del futuro de Málaga, con ideas nuevas y prometedoras; un emprendedor -palabro que me provoca urticaria- que pinta canas y del que se puede afirmar, sin temor a error, que es un hombre cabal. Los nombres de quienes conforman el listín de corruptos de la España bananera a la que nos quieren llevar se me olvidaron durante unos minutos.

P.D.- (1) La Junta de Andalucía algo tendrá que decir sobre Isofotón, la empresa líder del PTA que, al parecer, busca los aires chinos para crecer. Lo menos, que devuelva los fondos recibidos y se le retiren los avales. Conociendo al consejero Antonio Ávila Isofotón no debe irse de rositas y dejando unos cientos de trabajadores en la calle.

(2) Rafael Rodríguez, consejero de Turismo, dejó su huella en Fitur, con unas declaraciones propias de un hombre de izquierdas como es. Lo que el sector turismo necesita es un cambio de políticas de quien gobierna en España, nada de parches, vino a decir. Y con toda razón.

(3) Ángeles Muñoz, alcaldesa de Marbella, ha aprendido una lección que ha dado réditos al Ayuntamiento. A ello ha ayudado la consejera de Hacienda, Carmen Martínez Aguayo. Demostrado está que la confrontación no es el mejor camino. Francisco de la Torre y la pantomima de las 35.000 firmas.