El viernes pasado celebramos en Europa el Día de la Música, coincidiendo con el inicio del verano, con actividades en todo el país. Nuestro paisano Carlos Álvarez, recuperado de su dolencia y con la ilusión intacta, lo celebró cantando junto a la soprano María Bayo en la gala lírica con la que el Teatro Real rindió homenaje a la mezzosoprano Teresa Berganza, con motivo de su ochenta cumpleaños.

Con la llegada del verano, se multiplican las citas musicales. Los que quieran seguir viviendo «días de la música» varias semanas más, sólo tienen que recorrer los pocos kilómetros que separan Málaga de Granada, ciudad en la que también el 21 comenzó la sexagésimo segunda edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada.

Hasta el próximo 12 de julio, la ciudad vecina se llena de oportunidades de disfrutar de conciertos gratuitos y al aire libre, otros de menor formato en espacios únicos, como los programados en el Patio de los Arrayanes de la Alhambra; así como de propuestas complementarias, exposiciones, talleres, etc. Una gran oportunidad de disfrutar de música de cámara, flamenco, música sinfónica, ópera, zarzuela, recitales y danza de primerísimo nivel.

La ciudad de Granada ha logrado la heroicidad de mantener este excelente festival, con la colaboración institucional del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento y la Diputación de Granada, pero también implicando a más de veinte firmas e instituciones patrocinadoras y colaboradoras que han entendido que apoyando a la cultura, impulsan a la ciudad. Pero ni el éxito seguro del festival, ni el día de la música nos pueden hacer ignorar que la situación de los compositores, intérpretes, productores, gestores y técnicos musicales está muy lejos de ser algo a celebrar.

De 2008 a 2011, que es el último año con datos accesibles, el sector de la música clásica ha experimentado un descenso en el número de representaciones del 14,1%; el número de espectadores se redujo en un 12,8% y la recaudación en taquilla ha disminuido en un 14,3%. Por su parte, la música popular muestra un descenso en el número de conciertos del 12,2%, que llega al 23,2% en el caso de los espectadores y al 11,3% en la recaudación. Las funciones de ópera y zarzuela se han reducido aún más, hasta un 19,9%, el número de espectadores ha descendido en un 24% y la recaudación se ha contraído en un 27,2%.

Estos son los datos de música en vivo, la que algunos afirman que debe salvar a la música, mientras que otros le imponen un 21% de IVA a la venta de entrada y a otras fuentes de ingresos como la barra de los conciertos, tan frecuentes en los festivales veraniegos. Si hacemos referencia a la música grabada, la catástrofe presenta unas cifras aún más abrumadoras: las ventas han descendido un 41,6% desde 2008, lo que ha supuesto el cierre de muchas empresas y la destrucción de infinidad de puestos de trabajo.

Los nuevos soportes han dado lugar a formas novedosas de consumo cultural, pero ni las campañas de concienciación ni las leyes han logrado que ese consumo propiciado por Internet se haga mayoritariamente de forma legal, ni por tanto remunerando a los que dedican su tiempo, esfuerzo, talento y dinero a crear música. Los usuarios no están dispuestos a pagar por bajarse música, pero sí generan importantes beneficios a las empresas que comercializan terminales y soportes electrónicos y muy especialmente a las operadoras de telefonía, empresas de telecomunicaciones que se lucran de la circulación de contenidos culturales en cuya producción no gastan un euro.

*Rafael Burgos es gestor cultural