La igualdad plena está lejos de alcanzarse en numerosos ámbitos de nuestra sociedad. Basta con echar un vistazo a lo que, por mucho que se haya avanzado, resta todavía por superar en cuanto a salarios o posicionamiento en las cúpulas que gestionan empresas y entidades públicas. Pero al mismo tiempo que debemos insistir en la denuncia permanente contra situaciones que dejen en desventaja a la mujer respecto al hombre, no menos rigurosos tenemos que mostrarnos cuando ocurre lo contrario. De otra forma no se puede concebir el fin a esta histórica problemática social.

Hablemos específicamente de igualdad en el deporte. Seguramente no les suene de nada el nombre del alemán Niklas Stoepel. Este fin de semana me he acordado de él. O mejor dicho, se me ha venido a la memoria su denuncia del verano pasado, cuando en Los Juegos Olímpicos de Londres se quejaba públicamente de que en su deporte, la natación sincronizada, no hubiese sitio para los hombres. «Eso me parece discriminación». Y tiene razón.

Su lamento fue aún más allá. Después de explicar que se dedicaba a la natación sincronizada desde los 14 años, arremetió contra estos clichés que tanto daño hacen en nuestra sociedad: «No soy gay. Me da igual lo que opinen otras personas. Son los mismos clichés que hay sobre los hombres que hacen danza». Así lo manifestó. Sin rodeos. Y yo les planteo ahora, después de que España haya vuelto a hacer historia en el Mundial de Barcelona con siete medallas en otras tantas disciplinas en las que competían nuestras sirenas de la natación sincronizada: ¿Cuántas medallas puede estar dejando escapar nuestro país al no existir equipo masculino?

Ayer, al preguntarle a una compañera sobre este asunto, me reconocía que el fin a esta discriminación está más cerca de lo que podamos imaginar. Y reconozco que me alegré al saberlo. Resulta que hace ahora cuatro años y a las órdenes de una hermana de la multimedallista Andrea Fuentes se fundaba en Barcelona el primer equipo masculino de natación sincronizada. Poco más se sabe de aquel despegue. Empezaban con una sesión semanal de entrenamiento y reconocían de las limitaciones que los hombres tenemos para movernos, en comparación a las féminas.

Stoepel lo tiene más fácil en su país. Porque aunque el organismo federativo que coordina la natación mundial no admita aún a estos conjuntos masculinos, en Alemania sí que está permitido que un nadador esté rodeado de mujeres en cualquier competición interna. De hecho, el propio Niklas alcanzaba con sus compañeras el título de campeón nacional. Otra cosa, como digo, es que la Federación Internacional de Natación, dé luz verde a lo que hoy por hoy considerarían como un «intruso» en la piscina.

Como intruso podría ser, y no lo fue, Ibon García. Es otro caso absolutamente atípico que ya figura en la historia de la sincronizada española. Sin tener ante sí las luces de las Ona Carbonell y compañía, hoy por hoy estrellas indiscutibles del firmamento nacional, me atrevo a decir que este joven vizcaíno, pionero en su disciplina, ha crecido con la misma ilusión de las ahora heptamedallistas.

En el año 2010, García era el único hombre que competía en el campeonato vasco de natación sincronizada en categoría individual. Tenía enfrente a un total de 55 mujeres y a sus 17 años logró romper todas las quinielas. Se colgó el oro. No obstante, el camino aún por recorrer está plagado de obstáculos. Aunque entrene unas cinco horas diarias desde los 12 años, la falta de más pioneros como él, o como el alemán Stoepel, sitúan todavía lejos la ansiada igualdad. Y eso que la sincronizada fue masculina antes que femenina. Lo que oyen.