De Nostalgia del absoluto, libro reciente del sociólogo George Steiner, leo reproducido un fragmento que dice: «Nosotros, en Occidente, somos animales construidos para plantearnos preguntas y tratar de conseguir respuestas, cueste lo que cueste». Fiado en este axioma genérico, pregunto al señor Rajoy por qué dice sentirse orgulloso de todos los ministros de su gobierno. No me dará respuesta, como ocurre en sus monologales ruedas de prensa, y por ello me entrego a la conjetura. Puede que el presidente sea la razón de todos y cada uno de los errores de los ministros y se imponga el precepto de corresponsabilidad. Noblesse obligue. O acaso prefiera el hundimiento colectivo a la demolición gradual. O tal vez ajuste a su nivel intelectual la evaluación de los ajenos, y de ahí el orgullo.

También preguntaría por qué anuncia que nada ni nadie le distraerá del objetivo de remontar la crisis, que es como reducir a uno solo todos los problemas del Estado. Así, pues, no distraigamos al señor presidente con las secuelas de la corrupción, aún desconocida en su auténtica dimensión y mucho menos depurada. No le demos cera con las grietas del modelo de Estado, que amenazan ruptura y secesión. Ni por un segundo le agobiemos con la tabarra de actualizar una Constitución envejecida, desmochar la partitocracia y rescatar la representatividad con otro sistema electoral, devolver a la justicia su imprescindible independencia, regenerar en valores la descarnada ética social y económica, devolver a la educación y la sanidad públicas el patrimonio que les fue robado con argumentos que se reclaman estructurales, tanto en la crisis como después de ella.

El primer ministro no pregunta, emite afirmaciones contundentes. Contradiciendo su condición nativa, está más cerca del dogmatismo oriental que de las dudas occidentales. Ha ratificado el reflejo autoritario que tantos errores engendra y tanto merma los índices de aceptación o popularidad. Steiner dice tener un cuadro en el que se ve a la verdad emboscada en un rincón, esperando que el hombre se acerque para liarse con él a garrotazos. Aunque es improbable un acercamiento del escurridizo Rajoy, si lo hiciera recibiría una sobredosis de garrote como conspicuo apologista de la mentira. La de su programa electoral en primer lugar, pero también la de exclusivizar en la salida de la crisis todos los problemas del país, la de ensalzar a «todos» los ministros y la de prometer una bajada fiscal. Así ha sido el comienzo del curso. Nada nuevo.