El niño miró la sombra del gato y dedujo que el gato era negro... El pobre Elías, tres cuartas de criatura, confundió el color de la sombra con el color del gato. Aquella personilla, tierna aún, no sabía que las sombras existen, y mucho menos que sombra y gato eran cosas distintas. Cuando papá intentó enseñarle cómo se comportan las sombras, el inocente Elías se aterrorizó y entró en pánico: un ser extraño, etéreo y oscuro, lo perseguía y le atenazaba los pies... Qué mal rato, angelito. Elías, entonces, empezó a aprender lo que es huir, de sus sombras, en este caso. Aunque después parece que lo olvidó, un día supo que nunca podría huir, porque sus sombras lo acompañarían cada vez que hubiera una fuente de luz. Qué berrinches los del chaval cuando intentaba alcanzar a su sombra ocasional para dominarla, y no podía. Sus sombras, como todas las sombras, se unían a él por los pies, pero siempre iban un paso por delante. Las sombras son inmensurablemente veloces, como la luz... Algunos días, Elías se enfurruñaba, porque quería jugar con su sombra, pero su sombra no comparecía. Elías no sabía entonces que cuando nuestras sombras huyen de la luz siempre muestran su lado más traicionero, siempre se sitúan a nuestras espaldas, haciéndose invisibles. A juzgar por el desenlace, Elías debió traumatizarse, porque terminó desinteresado de sus sombras, tanto, que nunca más llegó a verlas. Elías entró en un coma profundo de sombras... Quizá nunca llego a entender que, si huyes, las sombras te persiguen, y si las persigues, las sombras te huyen. Las sombras son así, escurridizas, altivas, arrogantes..., como pretendidamente ganadoras desde el primer lance.

Aquel día que nos reencontramos Elías llevaba ya miles de kilómetros en el cuerpo, transitando de un lado a otro, acompañado de sus sombras, a pesar de él. Elías llevaba kilómetros y kilómetros cruzándose con otras gentes y con sus sombras, pero sin reparar en la suyas, en sus propias sombras. Asombroso... Con el tiempo había crecido varios palmos a lo alto y a lo ancho, sobre todo en su cintura. Nos tropezamos en una calle cualquiera. Era una hora de luz. De repente vi cómo su sombra se abalanzaba sobre la mía y la deformaba. Fue un segundo. Cuando la sombra de Elías había inmovilizado a la mía sobre aquel enlosado blanco mate, tuve la impresión de ver cómo la sombría mano de mi sombra golpeaba tres veces sobre el improvisado tatami, reclamando la intervención de algún invisible árbitro, y rindiéndose ante la feroz arremetida de la sombra de Elías. Me dio un escalofrío...

-¿Has visto lo que le ha hecho tu sombra a la mía?- pregunté.

-Yo no tengo sombras, la mancha del suelo o es cosa tuya o es cosa del suelo- respondió Elías.

Sus palabras me iluminaron y otro escalofrío me estremeció... Elías se creía un hombre sin sombras.

Para cuando me repuse del escalofrío, Elías, que hacía años que estaba en esto del turismo, andaba contándome que antaño el turismo era como una alfombra mágica, que hogaño la alfombra va perdiendo su magia, y que la cosa turística ha perdido el tirón enamorador de otros tiempos. A pesar de su aparente seguridad infinita, Elías estaba depre aquel día, quizá cosa de sus invisibles sombras. Quién sabe...

Durante unas millonésimas de segundo medité si contarle lo que pensaba sobre su seguridad y sobre las sombras, pero preferí dejarlo. Aquel no era el mejor momento para contarle lo peligroso que puede ser que los implicados en la actividad turística no veamos nuestras propias sombras, ni aún en los momentos de mayor iluminación. Desconocer nuestras sombras es un déficit grave. No querer verlas, es una ceguera sombría y contagiosa que desgasta, y consume, y suicida...

Los destinos turísticos en los que los implicados nos hacemos conscientes nuestras sombras, son, por extensión, destinos turísticos afectados, en los que la gobernanza tiende a lo imposible, y se desdibuja, y empuja a políticas de supervivencia en las que solo existe el corto plazo. Una simple mirada atrás da fe de ello.

Los destinos turísticos que no saben hacer conscientes sus sombras terminan normalizando su futuro en la filosofía de sobrevivir temporada a temporada, instante a instante, y lo de sobrevivir así, cuando alcanza la categoría de filosofía, mucho más que sobrevivir por temporadas, es sobremorir por etapas. Creo...