La sentencia del Tribunal de Estrasburgo invalidando de hecho la llamada «doctrina Parot», aquel parche jurídico puesto en práctica para mantener en prisión a criminales despreciables, terroristas y similares, ha servido en bandeja a los medios de comunicación patrios la oportunidad de volver a demostrar su casi absoluta ausencia de valores, en tiempos de sociedad del espectáculo, de audiencias y de plena vigencia de los postulados de Neil Postman, hoy desconocido por la mayoría de estudiantes de periodismo.

En la mayoría de cadenas televisivas, la franja estrella del sábado por la noche fue utilizada para programar reportajes de persecución de varios de estos criminales recién excarcelados. No se dirigieron los periodistas, freelancers y demás fauna del género hacia los terroristas etarras, arropados por familiares y cómplices, sino que hurgaron en las miserias vitales de gente como Miguel Ricart, el tristemente célebre asesino de las chicas de Alcásser, que salió sólo y desamparado, y que llegó escoltado por la Guardia Civil, encapuchado, al andén donde cogería un tren hasta Jaén, del que desembarcó en Linares para volver a Madrid. Una conexión en directo reveló que el asesino estaba mucho más asustado que sus perseguidores, afanados en conseguir alguna primicia informativa que les garantizara una precaria continuidad laboral.

Es todo muy triste y penoso en todo esto. Desde la consideración de criminales peligrosos de quienes protagonizaron asesinatos mediáticos -Anabel Segura, las chicas de Alcásser-, encumbrados en la sórdida historia del género negro español por periodistas forrados a costa de la desgracia ajena, hasta las reacciones de los propios medios en su conjunto, abonados a un periodismo de bajísima intensidad moral, a un periodismo débil éticamente, pasando por las sucias declaraciones del titular del Ministerio del Interior culpando a gobiernos pretéritos de la situación actual. El olor a cloaca resulta ya insoportable.

Quizás harían bien los periodistas y profesores de la materia más ilustrados, si es que queda alguno, en rescatar a Janet Malcolm y su libro El periodista y el asesino. No se me ocurre mejor ocasión para hacerlo. Claro que la autocrítica no parece ser el fuerte de la profesión. En un contexto de precariedad laboral y moral, nada mejor que sacar tajada de episodios tan vergonzosos como éste, en vez de tratar de opinar con rigor y ofrecer a la opinión pública sosiego y cierta calma. En España, en 2013, la jauría humana no la compone un montón de gente manipulada y llena de prejuicios, sino un puñado de periodistas precarios amenazados con el despido. Así están las cosas, y así se las hemos contado.