«Madiba» marcó la distancia

Murió Nelson Mandela y el mundo, como cabía esperar, se conmocionó. No era un líder político radicado sólo en Sudáfrica, lo era de los dos hemisferios de la Tierra, y en ambos su partida definitiva no ha dejado de producir consternación. No pienso entrar en los atributos que como persona y gobernante adornaban su persona, de sobras conocidos y que hoy se ponen en candelero con toda justicia. Ni en el clamor mundial que su muerte ha provocado, ni en el gemido unánime de su pueblo que lo ensalza y origina unos ritos funerarios que no serán de pocos días.

Sí quería hacer hincapié, con mis torpes palabras, en el sentido de la democracia que alimentó su persona egregia y la lucha mantenida para erradicar el racismo que corría al país que lo vio nacer. En su decisiva acción para liderar una transición modélica de la dictadura infausta -¿cuál no lo es?- hasta la democracia más esperanzadora.

Y llegado a este punto no se puede por menos que resaltar las diferencias en cómo se llevó a cabo nuestra propia transición, nacida tras la muerte de Franco y el advenimiento de la democracia a renglón seguido. Y no encuentro punto de comparación: Madiba marcó en su día la gran distancia que convirtió su obra en un referente al que pocos países, por no decir ninguno, llegaron al resultado esplendente que él logró, tendiendo la mano a unos y a otros enfrentado entre sí. Ni, por supuesto, España.

Con la razón por delante, sin el menor desvío y de forma férrea, supo imponer sus criterios, lo que le ocasionó años de cárcel y acendrado y profundo dolor. Pero no dio su mano a torcer. Reconciliación y autoridad, amén de acendrada defensa a la libertad, fueron las armas esgrimidas ante imposiciones de reformas que rechazó de plano. Algo que no ocurrió precisamente en España donde se abrazaron las que, en mayor o menor medida, subyacían y que se sometieron a meros retoques. De aquellos polvos estos lodos. ¿Y qué decir de nuestros líderes y políticos de antes y ahora? ¿Resisten el parangón con el gran Madiba? Dado la corrupción imperante en unas y otras filas y el consecuente desafecto que provocan, pensamos que no. La distancia marcada es infinita.

José Becerra Gómez. Málaga