No permitas que la realidad te estropee un buen titular». Esta frase, que algunos atribuyen al magnate William Randolph Hearst, parece venirle como anillo al dedo al presidente del Gobierno.

Rajoy transmitió en rueda de prensa, tras el Consejo de Ministros del 27 de diciembre, que lo peor ya ha pasado; que estamos mucho mejor y que 2014 será el año del inicio de la recuperación. Sin triunfalismo.

Esta visión se basa en que España estaba amenazada de ser rescatada y no lo ha sido, porque la prima de riesgo ha disminuido de forma muy significativa y continuará haciéndolo; en que hemos salido de la recesión; en que la reforma laboral ha conseguido parar la destrucción de empleo, por lo que 2013 termina con menos paro registrado que un año antes y en 2014 habrá creación neta de empleo; y en que el sector bancario ha sido reestructurado y saneado.

Efectivamente hemos salido de la recesión: el INE ha calculado que el PIB español creció un 0,1%, en términos intertrimestrales, durante el tercer trimestre de 2013. A esta tímida mejoría ha contribuido la demanda interna, ya que la aportación neta del comercio exterior de bienes y servicios se ha vuelto negativa: las exportaciones y las importaciones han crecido menos de lo que venían haciéndolo, pero han aumentado más estas últimas. Con prudencia, todo apunta a que el cuarto trimestre registrará un comportamiento similar. En lo que se refiere a 2014, el cuadro macroeconómico que acompaña a los Presupuestos Generales del Estado, prevé un crecimiento del PIB del 0,7%, con una caída de la demanda interna y, por tanto, en base a una significativa aportación de las exportaciones.

A la inmensa mayoría de los españoles, si no a todos, nos encantaría que estuviera en lo cierto y, en esta ocasión, se fueran confirmando las previsiones oficiales; pero resulta doloroso levantar falsas expectativas. La recuperación de nuestra economía no está garantizada y, además, ni tan siquiera depende, exclusivamente, de lo que haga el Gobierno. En el área del euro, durante el tercer trimestre, el crecimiento de la economía retrocedió hasta un 0,1%, con Francia en tasas negativas, Alemania prácticamente estancada y con un saldo exterior neto negativo para el conjunto. Esto no ayuda demasiado, por lo que, de continuar igual nuestro entorno, no debemos esperar una creación neta de empleo significativa, opine lo que opine De Guindos. La evolución de EEUU nos demuestra que es necesario cambiar la política fiscal en los países de la Unión Europea.

El presidente del Gobierno habla del pasado (lo mal que estábamos) y del futuro (lo bien que estaremos), pero nada dice de la situación actual. ¿Qué ha pasado desde que está al frente del Ejecutivo?

Empleo: el presidente habla del paro registrado; alguien tendría que decirle que menos paro registrado no significa más empleo. Dicho eso, el paro registrado en diciembre de 2013 era superior en 279.000 personas al que había cuando llegó al Gobierno. Miremos la EPA, que tiene mayor significado económico: en diciembre de 2011 había 17,8 millones de ocupados y al finalizar septiembre 2013 (último dato disponible), 16,8 millones; un millón menos de ocupados; los parados se elevaban entonces a 5,27 millones, ahora son 5,9 millones, 630.000 personas más. Afiliaciones medias a la Seguridad Social: en diciembre de 2011, 17,2 millones de cotizantes; en diciembre de 2013, 16,26 millones; casi un millón menos.

Prima de riesgo: el presidente atribuye a su Gobierno salvar a España del «rescate» de la Troika. Es necesario matizar que sí hemos sido rescatados, aunque haya sido con un destino finalista: sanear la parte dañada de nuestro sector bancario; lo segundo, es que no es cierto que el rescate haya terminado -tal como han anunciado-; solo terminará cuando devolvamos el dinero prestado y, hasta entonces, seguiremos controlados. Lo que sí está cerrado es el programa de ayuda y, por tanto, no habrá nuevas condiciones. Aclarado, recordemos que la prima de riesgo, al terminar 2011, estaba en 326 puntos básicos. Rajoy anunció en campaña que su Gobierno transmitiría confianza a los mercados desde el primer minuto; el 24 de julio de 2012 llegó a 637 puntos básicos, casi el doble. Dos días más tarde, para evitar el desastre, el presidente del BCE declaró que se haría todo lo necesario para salvar al euro; entonces cesaron los ataques especulativos y empezó a moderarse progresivamente hasta alcanzar los 220-230 puntos básicos de finales de 2013; éxito que cabe anotar en el haber del BCE, no del Gobierno español, como lo demuestra que la prima de riesgo italiana, incluso con mucha más deuda, haya caído exactamente en los mismos términos.

Déficit público: con datos de la Intervención General del Estado, el desfase entre gastos e ingresos al finalizar noviembre supera los 40.600 millones de euros, el 3,96% del PIB, superior al objetivo marcado para todo el año. Salvo por un excelente comportamiento de los ayuntamientos y de la «contabilidad creativa» de Montoro, difícilmente cumpliremos el objetivo «relajado» del 6,5%. La deuda pública, que cuando llegó Rajoy al gobierno estaba en el 69% del PIB; ahora ya ha llegado al 93,4% y en 2014 seguro que alcanza la línea roja del 100%, lo que supone un creciente gasto público en intereses, aún a pesar de la significativa caída del coste unitario de la deuda.

Sector bancario: el presidente también se apunta el saneamiento de la banca española. Después de que tanto su gobierno como el anterior hayan inyectado, por distintas vías, algún que otro centenar de miles de millones de euros, estamos algo mejor, aunque sin ningún efecto práctico, ya que el crédito al sector privado continúa cayendo y el escaso que se concede es comparativamente muy caro. No esperemos que en 2014 mejore el crédito: los bancos deberán pasar el examen del nuevo supervisor único, el BCE, por lo que carecen de incentivos para prestar a las familias y a las pymes y prefieren invertir en deuda pública bien retribuida. Al tiempo.

¿De verdad piensa el presidente del Gobierno que estamos objetivamente mejor? Si es así, parafraseándole, solamente se me ocurre decir: «creánme ustedes, el presidente no le ha dedicado ni un minuto a pensar en este asunto».

*Juan Antonio Gisbert es economista