En realidad, los periodistas han cambiado poco de ayer a hoy. O, quizá, los periodistas ya no son lo que eran y lo que han cambiado son las circunstancias. El periodismo sigue teniendo algo de poder fáctico, afortunadamente, merced a la fuerza que mantienen los grandes grupos de comunicación, capaces, por ejemplo, de frustrar el nombramiento cantado de un ministro o doblegar a un gobierno en un proyecto de ley ya decidido.

En ese sentido, los periodistas han cambiado poco de ayer a hoy, porque aún existe la posibilidad del enfrentamiento directo con los políticos, sin tener que hincar la testuz ante el poder de éstos. Pero esa es una verdad parcial. La otra, la verdad general, es que la Prensa, los periodistas, los medios de comunicación, han sufrido un transformación total y, sobre todo, una enorme fragmentación que la debilitan frente al poder ejecutivo. De ahí que el mayor esfuerzo que hacen en la actualidad los profesionales de la información es agruparse gremialmente para reforzar su papel en la sociedad. Los Colegios de Periodistas aparecen o reaparecen con más vigor que nunca, con más deseos de regenerar el periodismo, de plantar cara a la crisis, de recuperar el prestigio social que llegaron a tener la profesión y la institución.

Navegamos tan de prisa en estos tiempos que, en un cortísimo espacio de meses, estamos pasando de una falta absoluta de fe en nuestro futuro a un sentimiento, tímido aún, de recuperación de los valores de siempre, sin que, por supuesto, tengan relación entre sí estas sensaciones con la crisis endemoniada en la que nos tienen medio ahogados estos políticos impíos que nos gobiernan.

Para quienes, como es mi caso, hemos vivido dos maneras tan distantes de ejercer el oficio de la Prensa (aquel periodismo del tiempo de la transición y este otro de hoy dia) está bastante claro que cambiaron las tecnologías y algunos métodos y que la recesión, creada y dirigida por los grandes sinvergüenzas del control mundial del dinero, dejó a las pequeñas y medianas empresas temblando y a una gran parte de periodistas sin trabajo. Sin embargo, no debemos confundir la evolución experimentada en el arte de hacer periódicos con los cambios técnicos y las adversidades económicas sobrevenidas por motivaciones exógenas. Sé de periodistas de hoy que son brillantes por naturaleza y que lo hubieran sido igualmente en los tiempos de la llegada de la democracia. Pero también recuerdo a algunos de aquella época que eran pésimos y hoy lo serían igual. No admito que todo el periodismo de aquellos años era igual de combativo y de valiente, ni que todos los redactores supieran redactar. Había periódicos que se la jugaban y había otros, la mayoría, que dormían plácidamente mientras se producían las grandes noticias. Los valores del presente y del pasado son relativos para los periodistas. Nada tan viejo como un periódico de ayer, suele decirse en la profesión, aunque me gusta añadir por mi cuenta que el diario de ayer puede llegar a ser el testimonio indispensable de lo que ocurra hoy.

Los periodistas de hoy son los periodistas de ayer. Seguramente no me estoy explicando bien. Pero para mi, el modelo no cambia absolutamente nada. Si acaso, podían intercambiarse algunos usos perversos, todavía de moda, por otros modos más decentes de sentarse ante el ordenador. Es posible que encuentres alguna disfunción argumental conmigo mismo en este artículo. Son ya demasiados centenares los publicados. Pero, obviamente, me quedo con esta versión, porque no soy yo, sino la propia evolución del periodismo, la que me lleva de aquí para allá. A esta puñetera profesión hay que quererla pese a sus enormes contradicciones. Y acordarse de escribir de ella de vez en cuando.

*Rafael de Loma es periodista y escritor

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