Para los de mi generación, los tanques rusos ocupando Budapest en los años cincuenta y Praga en los sesenta no son tan solo referencias históricas, sino imágenes vivas de la brutalidad del imperialismo soviético. Muchas simpatías sinceras por el «socialismo real», clandestinas en el franquismo pero muy extendidas en los medios obreros y universitarios, cayeron entonces pulverizadas. Hungría y Checoslovaquia no formaban parte de la URSS por libre voluntad sino por anexiones a la fuerza en los funestos repartos territoriales a que dio lugar la segunda guerra mundial. Hoy, los movimientos de tropas rusas en la frontera de Ucrania parecen presagiar algo similar, todavía como amenaza pero tan posible como lo que igualmente creíamos entonces imposible.

Estamos ante un test del régimen de Putin cuyo desenlace puede cambiar los equilibrios del mundo. Hungría, Chequia y Eslovaquia son ahora indivisibles de la Unión Europea y Ucrania quiere serlo a despecho de todos los riesgos. Así es la voluntad de la inmensa mayoría de los ucranios, incluidos al menos el 40% de los que habitan las regiones pro-rusas. La mitad de Alemania sovietizada en aquellos repartos se ha integrado en la patria común y es inconcebible cualquier tentativa de «reconquista» por las fuerzas rusas. Del mismo modo habría que contemplar la unidad de Ucrania, descartando en cualquier caso una guerra secesionista. La atomización de los Balcanes tras la caída de la antigua Yugoslavia es una herida y un problema que tardarán mucho tiempo en cicatrizar y más en llegar a soluciones superadoras, impensables con acciones de armas.

Rusia no quiere perder sus bases en Crimea, pero la vía sensata es la de negociar con el estado soberano que ha derrocado un régimen dependiente, no con nuevas tentativas de anexión a la fuerza. Si hemos repudiado las intervenciones militares del imperialismo occidental en otros países, con resultados siempre negativos para el objetivo de la paz en libertad, no nos concierne menos la defensa de la libertad de Ucrania. En teoría marxista, la revolución adquiere naturaleza cuando encarna en la mayoría social. La de los ucranios es abrumadoramente mayoritaria, pero no parece bastar para que Moscú la respete. La iniciativa de movilizar grandes contingentes armados rompe todos los esquemas democráticos aunque se limite a un gesto disuasorio. La guerra ya no es «ultima ratio» sino la peor de todas las opciones, tanto si se apoya en «derechos» presuntos (la continuidad de las bases en Crimea) como si alienta el enfrentamiento civil. Toda la presión del mundo libre está llamada a deshacer este nudo sin un solo disparo.