En la transición quedaron al menos aplacadas algunas de las grandes cuestiones que antes habían roto España, como la cuestión social, la religiosa o la monárquica, pero, seamos sinceros, otra quedó sólo aplazada, con una fórmula provisional. Se trata de la cuestión nacional, o, si se quiere ver del otro lado, la cuestión de los nacionalismos, que ahora será preciso afrontar en breve plazo. Se dice que para ello bastaría con el espíritu de concordia de la transición, pero esto es una falacia. Aquel espíritu de concordia fue fruto, como suele ocurrir siempre con la concordia, del miedo cerval de todos: el pánico de la gente que venía del franquismo a la revolución social y a la revancha, y el pánico de la oposición democrática a la reacción y al golpismo. Esos dos cocineros, mirándose aterrados, hicieron un pastel, y la concordia fue el almíbar. Hoy, y para bien, falta la materia prima.