Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, personaje tristón y comedido, estalló de júbilo en el palco de autoridades del estadio lisboeta de La Luz cuando Gareth Bale, su último y costosísimo galáctico, anotó de cabeza en la prórroga el gol que anunciaba el Waterloo colchonero en Lisboa.

Sentado a su lado estaba el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, confeso madridista. Sin embargo, Florentino abandonó su asiento y en lugar de abrazarse al político gallego buscó a José María Aznar, situado unos metros más allá, con quien intercambió un sonoro give me five, un abrazo televisado a medio planeta. Y se armó la marimorena.

Los finos analistas comenzaron a evaluar las vísceras de semejante celebración: el Madrid es aznarista, concluyeron. Sin estimar que la lógica de la buena educación impide al actual jefe del Ejecutivo dar rienda suelta en público a sus preferencias deportivas. Olvidan que Mariano Rajoy, ni por edad ni por talante, es Sandro Pertini bailándose una tarantela en el Bernabéu como un sureño beodo durante la final del Mundial de España del ya lejano verano de 1982. No duden que el Real Madrid es también marianista, faltaría más: lo que ocurre es que el presidente del Gobierno lo disimula mejor.

Den la vuelta a la tortilla y convendrán en que también el PP es madridista, con mayor o menor disimulo. Ocurre que el perfil de Aznar se asemeja al temperamento de Mourinho, mientras que Rajoy guarda más parecido con Ancelotti. Aznar, como Mou, es arisco y desabrido. No acepta más opinión que la suya ni soporta disensiones. Uno y otro abrigaban el mismo pensamiento respecto al catalanismo, sea futbolístico o político, y los catalanes: son ganadores tramposos.

Rajoy, como Ancelotti, es competidor comedido. Manda sin que lo parezca. Mariano y Carletto se antojan almas gemelas: son reacios a los cambios y aguardan pacientes a que el tiempo lo cure todo. Al final, la tranquilidad y la paciencia resultan más efectivas que la tensión y la bronca para alcanzar el objetivo con que sueña la hinchada.

Tal vez Florentino esté llamado a convertirse en el pegamento del PP, en el hilo que zurza los rotos de la camiseta popular, descosida por los tirones de manga de aznaristas y marianistas. Siéntense los tres, el presidente merengue, Mariano y Jose María en un reservado del Asador Donostiarra, fumen el puro de la paz, enfilen del brazo La Castellana y canten al unísono en el palco de Don Santiago el himno de la Décima: «Ya corre la Saeta, ya ataca mi Madrid. Hala Madrid, y nada más». Y punto pelota.