Fue antes. La Opinión nacía para el periodismo y los malagueños en 1999. El secuestro de Melodie Nakachian había ocurrido 12 años antes. Al leer la noticia de la muerte del empresario libanés en su casa de Estepona a los 82 años, he recordado a Raymond Nakachian como si fuera entonces. Le entrevisté en Canal Sur TV junto a su mujer, la cantante coreana Kimera. Fui testigo de su desesperación. También de su alegría y agradecimiento infinito cuando, tras once días de angustia pública, la chiquilla de cinco años fue liberada con vida por policías del GEO. Melodie era la luz de sus ojos. Unos ojos pequeños en una cabeza poderosa que me recordaba a Gengis Kan…

Secuestro

El mundo entero estuvo pendiente de las negociaciones con aquellos encapuchados franceses que habían raptado a la cría en plena calle. Los ojos pequeños de Nakachian contrastaban con los ojos grandes rasgados de su mujer, amplificados por el artístico maquillaje. Aquellos ojos que encerraban todas las lágrimas de un padre por su niña secuestrada, se volvían duros como balas de pedernal cuando aprovechaba las cámaras para decir No a los secuestradores de su hija, quienes llegaron a pedir 1.500 millones de pesetas por ella. Hoy Melodie debe de tener 32 años. Tras estudiar Meteorología en Madrid me cuentan que está perfeccionando el inglés fuera de España. Musicalmente jamás volvieron los dorados años 80 en que su madre triunfaba con su peculiar ópera pop, más accesible que el desgarro funky punk de la alemana Nina Hagen, de parecida tesitura vocal y lejanísima estética. Lo puede comprobar cualquier internauta pinchando temas de Nina como African Reggae o New York, New York.

Nakachian

Tampoco Raymond Nakachian vivió más la etapa dorada de sus negocios como intermediario financiero, o lo que fuese. El día de su muerte hacía ya muchos años que no colaboraba como informador sobre el crimen organizado con el Ministerio del Interior, sobre todo con los policías en quienes tanto confió durante la liberación de su hija. Tampoco sé si fue la enfermedad la que hizo que su viejo Rolls Royce ya no fuera visto por Marbella. Pero recuerdo muy bien los ojos de aquel Gengis Kan de espaldas cargadas y cuello Tyson, sentado frente a mí. Me marcaron por su amabilidad y su furia contenida, su dureza y su dulzura. Aún siento agradecimiento profesional por aquel encuentro. Páginas de vida y crónicas de la Costa del Sol. Pero eso fue antes de que naciera La Opinión de Málaga. Y antes de que, anteanoche, el alcalde De la Torre se quitara el reloj y lo colocara en el atril, presuntamente para medir la duración de su discurso. Un aviso que nos inquietó a quienes nos percatamos del gesto. El Chiquito habría exclamado: ¡Jal! Y más teniendo en cuenta que De la Torre ha abandonado el Senado y vuelve a emplearse en las cifras de la ciudad ante el más sentado y, más inquietante aún, ante el que aguanta estoicamente de pie a que termine el acto.

Números!

Como habrá contado De Loma con gracia en su Palique (aún no lo he leído cuando esto escribo), el alcalde de Málaga hizo el cálculo de días en que este periódico ha salido a la calle, sumando cada uno de los años bisiestos y restando los tres que el periódico no sale cada año, al menos en papel (Año Nuevo, Navidad y Sábado Santo). Demasiadas cifras si lo dicho es bueno. Algo que tampoco pensó el consejero de Turismo, Rafael Rodríguez, quien derramó por el estrado porcentajes, pernoctaciones y turistas para los que no había ya tanta cama (buenas cifras, por cierto). Fue fácil agradecerle al consejero malagueño de IU que no viniera «a hacer Turismo, sino a ser tú mismo», como reza el eslogan de la bonita campaña de Turismo Andaluz que se presentó hace dos semanas, en los mismos jardines de La Concepción donde anteanoche celebrábamos el 15º aniversario de La Opinión con Málaga.

¡Agua!

El presidente de la Diputación no se alargó. Aunque pasó un mal trago por no dar uno bueno. Al comenzar a hablar estuvo a punto de toser, pero continuó modulando hasta terminar. Sé de eso. Ante un micrófono me ha pasado algunas veces y he rezado porque alguien me trajera agua. Y el agua llegó. Pero Elías Bendodo no bebió. Salió del paso dando ese pase. Por los pelos, pero airoso. Resulta interesante analizar cada gesto como rasgo de carácter. Porque cada gesto nos define un poco, o habla del momento que estamos viviendo. Lo canta Serrat en Sinceramente tuyo: «Cuéntale a tu corazón que existe siempre una razón escondida en cada gesto. Del derecho y del revés uno sólo es lo que es y anda siempre con lo puesto. Nunca es triste la verdad lo que no tiene es remedio». Y hubo muchos gestos esa noche.

¡Felicidades!

Enhorabuena a los premiados. Gracias a quienes generosamente nos leen. Y Gracias, director. Es un orgullo ser entre mis compañeros la firma más humilde del periódico. Sobre todo hoy…

Porque hoy es sábado.