Nos citamos en un mesón alejado de las rutas habituales del tapeo, que no debe figurar en las guías, pues no lo frecuentan extranjeros ni forasteros; pero donde resulta difícil encontrar sitio en la barra. Tal es su fama con los productos ibéricos, que de ellos tomó su nombre el establecimiento. Alfonso tiene allí su rincón reservado y todos se lo respetan. Es Alfonso un conocido de esos que desmienten que a partir de cierta edad no pueden hacerse amistades, porque vamos camino de conseguirla.

Curiosamente, no nos habíamos citado para hablar de fútbol, pese a que se veía venir la catástrofe. Ni tan siquiera nos preguntamos qué destino tendrían los casi ocho millones de primas ofrecidas a los dioses caídos del balompié, que éstos ya no cobrarán. Tampoco comentamos la ceremonia de investidura del nuevo monarca español «sencilla pero solemne, como corresponde a la Monarquía Española» según me comentó un diplomático. Le podía haber contado que la semana anterior, en la Holanda ultraliberal, había visto por las calles de Ámsterdam, la ciudad de los fumaderos de droga blanda y el barrio rojo venido a menos, los restos de la ceremonia de coronación del hijo de la Reina Juliana, nuevo Rey tras la abdicación de su madre, a pesar de que había sido coronado hacía ya un año. O que en La Haya, ciudad internacional y cosmopolita, sede de tantos Tribunales Internacionales, también se veían aun tiendas llenas de artículos conmemorativos de la coronación.

Por supuesto que no comentamos el equilibrado discurso del Rey Felipe VI tras su proclamación, contra el que pocos comentarios negativos se han emitido. Tampoco nos enzarzamos en la discusión sobre la forma de Estado, República o Monarquía; propuesta tan interesada e inoportuna como inconstitucional; pues parecen olvidar quienes la propugnan que, para llegar al referéndum, existe un mecanismo regulado en la Constitución de previa solicitud, deliberación y aprobación por la Cortes Generales. Hablar, en esa misma línea, de la posibilidad de que algunas autonomías tuvieran más competencias -aun- de las que actualmente tienen, de las que ya quisieran tener los escoceses, nos podría haber llevado al análisis de la propuesta federalista del profesor Muñoz Machado contenida en su reciente libro «Informe sobre España». Solución aplicable con meros retoques a la Constitución. Pero tampoco ese es tema de barra de bar. Incluso dejamos de lado el último tema de candente actualidad: el proyecto de aforamiento de las personas de los anteriores Reyes, contra quienes se alzan con estruendo voces de parlamentarios que, paradójicamente, no piden que se supriman sus propios privilegios de jurisdicción.

Se preguntarán los lectores de qué habíamos hablado entonces, habiendo soslayado tantos temas. Quizá hay que entender el senequismo andaluz para saber que, con una copa delante, no se deben tratar temas que hieran la sensibilidad del contertulio ni que susciten su acaloramiento y menos su enfado. Por eso, rehuyendo los temas polémicos, estuvimos buscando iniciativas para potenciar la Asociación Española contra el Cáncer, de cuya ejecutiva provincial ambos somos miembros, gratis et amore. E intentamos averiguar, mientras nos bebíamos unos catavinos de manzanilla, el establecimiento donde poder adquirir unas cañas, los verdaderos recipientes donde se han de servir los vinos del marco de Jerez. Pues muchos andaluces, sobre todo de la alta Andalucía, desconocen que antes del catavinos se usaban las cañas, unas copas cortas, cilíndricas, semejantes al tallo de un carrizo, que en las antiguas tabernas, el camarero llevaba ya servidas a las mesas en un soporte llamado cañero.

En estas estábamos, y nos llegó la hora de brindar. Lástima que entonces no conociéramos, ni Alfonso ni yo, que el diagnóstico de un cáncer maligno, de vertiginoso desarrollo y poca supervivencia, que llevaba planeando un mes, como ave de mal agüero, sobre alguien con quien me identifico plenamente, al ser revisado concienzudamente por unos magníficos facultativos se había transmutado en un diagnóstico de meras secuelas de virus. De haber sabido la buena nueva, seguro que habríamos dado un brindis al unísono: ¡Salud! ¡Abajo la leucemia! ¡Viva el citomegalovirus! Aunque con brindis o sin él, tenemos que seguir todos luchando, en la medida de nuestras posibilidades, para conseguir relegar la palabra maldita, cáncer, al baúl de las en desuso.

*Davó es expresidente del Consejo de la Abogacía Europea