Se presenta muy interesante el panorama político español de la mano del desembarco en la arena política partidista de dos formaciones, como son Podemos y Ganemos Barcelona (la candidatura de Ada Colau al Ayuntamiento de Barcelona), procedentes del activismo político y de la discusión crítica del sistema. Mantengo y sigo defendiendo que es una buena noticia la incorporación al sistema electoral y a la competición política formal de una candidatura como la de Podemos, capaz de conseguir más de un millón de votos procedentes del desencanto y de la desafección. Sin esa opción, muy probablemente la abstención en las elecciones europeas habría sido aún mayor. Y su irrupción en el Parlamento Europeo ha logrado agitar las cenagosas aguas de la política española.

Desde el punto de vista de la teoría de partidos hay que seguir muy de cerca la evolución de estas dos formaciones. Ambas beben del Movimiento 15M, aquél que renegaba de los liderazgos y apostaba por la horizontalidad anónima. ¡Abajo el protagonismo! Se trata de opciones muy hostiles con el llamado «sistema», también con sus logros, y muy críticas con la forma de funcionar de los partidos que, mal que bien, pilotaron la Transición y algunos de los mejores años de la Historia reciente de España. Y sin embargo, los primeros pasos de Podemos y de Ganemos Barcelona han estado marcados por el hiperliderazgo de sus dirigentes (Pablo Iglesias y Ada Colau), el coqueteo descarado con los medios de comunicación tradicionales y una cierta improvisación a la hora de organizarse internamente.

Decía un veterano socialista que en una organización política la existencia de estatutos era la mejor garantía para las minorías y para los críticos. Poco o nada se sabe de los estatutos de estos nuevos partidos políticos, que de la nada han pasado a competir en buena lid en las elecciones con partidos de historia más que centenaria. Su presencia ha despertado mucha expectación, y entre miles de ciudadanos cansados de tanta hipocresía y tanta connivencia con los poderes opacos, suponen un soplo necesario de aire fresco, capaz de movilizar a quienes estaban a punto de abandonar la confianza en el sistema y en las instituciones que lo sostienen.

Todas estas expectativas deben cumplirse ahora. La transparencia y la ejemplaridad que predican son ahora un imperativo interno y externo. Sus integrantes y candidatos van a someterse al mismo escrutinio feroz al que llevamos años sometidos los miembros de otros partidos políticos. También a la difamación gratuita, al descrédito interesado. Tendrán que trabajar a favor de los ciudadanos, predicar con el ejemplo, ser coherentes y rendir cuentas. Sin duda, un reto fenomenal para dos formaciones sin trayectoria, cargadas de voluntarismo, y que tienen sobre sus espaldas la valiosa responsabilidad de estar a la altura de lo que esperan de ellas sus posibles votantes.

Como ciudadano, saludo con optimismo su incorporación al terreno de juego de la Política, con mayúscula, y les doy la bienvenida. Ojalá traigan lo que prometen, y no ese populismo tan previsible y tan agradable al oído escéptico de una sociedad desencantada. Como decía Sloterdijk, estamos «en el mismo barco». Todo lo que sea dignificar la política, representar con honestidad a los ciudadanos y trabajar por el bienestar colectivo forma parte de ese frente común de la izquierda que no siempre se ha mantenido unido. Los próximos meses serán decisivos para valorar la fortaleza de sus convicciones y la veracidad de sus mensajes. En tiempos de injusticia, todas las manos son pocas. La muralla cada día se tambalea más.

*Enrique Benítez es parlamentario andaluz del PSOE