No parecen malos los consejos del papa Francisco para ser felices. Recomienda jugar con los críos, leer, olvidarse de lo malo y no hacerse mala sangre, ser tolerantes con los que piensan diferente, evitar conflictos y hacer cosas con la familia. Vamos, de sentido común, algo que no todos sus antecesores en el cargo parecen haber tenido, por muy santos que sean. Y que me perdonen allá donde estén. Ya he confesado en alguna ocasión mi debilidad por este hombre pese a no ser yo especialmente creyente, pero me reconocerán que da gusto ver a un papa confraternizando tan amistosamente con rabinos e imanes, huyendo de los fastos del Vaticano y hablando como una persona normal; como ahora, con el decálogo de consejos para ser felices que ofreció el otro día en una entrevista a una revista argentina.

El primero de sus consejos es vivir y dejar vivir, algo, me reconocerán, revolucionario viniendo del máximo mandatario de la Iglesia Católica. No digo más. Lo de cuidar de la naturaleza también tiene su gracia, igual que lo de moverse «remansadamente», que es algo así como ir por la vida con tranquilidad y benevolencia. Uno de los consejos del pontífice más llamativos, es el de «dejar de lado todo proselitismo religioso», lo que a su juicio, paraliza al de enfrente y sirve de poquito si se pretende ganar adeptos. «Cada uno dialoga desde su identidad. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo», dijo.

¡Ay! ¡Cuánto hubiera cambiado la historia si hubiera habido muchos papas como este! Y luego está mi consejo preferido: ayudar a los jóvenes a conseguir un empleo digno. Aboga Francisco por ser creativos en este aspecto y considera que a los jóvenes en paro «no alcanza con darles de comer; hay que inventarles cursos de un año de plomero, electricista, costurero. La dignidad te la da el llevar el pan a casa». Ya, ya sé que es de perogrullo, pero ¿qué quieren? Yo seguiré sin ir mucho a la iglesia, pero, con estas cosas tan sencillas, este hombre me tiene ganada.