Es como la Coca-Cola cero o el vino o la cerveza sin alcohol. Política light, sin contenido, sin ideología, insubstancial, puro aguachirle.

La proponen esos que llaman consultores de nueva generación, que han estudiado en las universidades de la costa Este de Estados Unidos o que han aprendido cómo se hacen las cosas allí, cómo se vende lo mismo un champú que un mensaje político.

Se trata de aprovechar cualquier espacio de gran audiencia, aunque sea el más estúpido. La cuestión es aparecer en prime time y que hablen todos luego de uno. No de lo que ha dicho, sino de que ha salido allí.

Lo mismo da Sálvame que El Hormiguero. Cualquier programa es bueno con tal de que lo estén viendo millones en sus casas y que la gente en el estudio, esa que aplaude todo y a todos, se lo esté pasando bien.

Que son programas entontecedores, de esos, antes de que llegase la era de la política light, llamábamos alienantes, puro panem et circenses, ¿qué más da?

Que no hay más remedio que hacer el payaso, pues se acepta con el mejor humor posible y se hace. Es lo que impone ese tipo de televisión berlusconiana. Es lo que hay.

¿No lo hemos visto también en otros países supuestamente más serios y graves como Alemania con un exitoso programa de apuestas extravagantes, «Wetten dass», donde lo mismo aparecían Paris Hilton, Gloria Estefan o Boris Becker que Gerhard Schroeder, Joschka Fischer o Bill Gates?

Se trata en cualquier caso de llevar al plató a «famosos», ya sean del mundo de las candilejas, del deporte, la empresa o la política, pero de quienes se espera que entretengan al espectador y que éste los sienta al menos mientras dura el espectáculo como uno de los suyos, como uno más.

¿No se ha convertido también últimamente la información, sobre todo la audiovisual, en eso que llaman en inglés infotainment, es decir información más entretenimiento, cuyo principal objetivo no es tanto ilustrar, orientar, ayudar a entender el mundo sino simplemente divertir, entretener al personal?