Estaba preocupada por si la cosa se pone fea y me quedo sin trabajo pero ya estoy más tranquila. Si lo de escribir me falla me pienso hacer «abrazadora» profesional, un negocio con el que, por lo visto, se pueden ganar hasta 6.000 euros al mes.

Además, a mí esto me va. Resulta que ultimamente están apareciendo particulares y empresas que ofertan un servicio de abrazos por el que cobran unos 50 euros la hora y parece que les va bien. Es fácil. Te anuncias como abrazador profesional „creo que no hace falta titulación„ y quedas con tu cliente en el parque, en la playa o en su casa. Luego le achuchas un rato en plan oso amoroso, porque antes has dejado claro que de sexo ni hablamos, y el otro o la otra se va tan feliz después de su sesión de cariñines.

Por lo visto en esto de los abrazos hay mucho de terapéutico. Todos necesitamos que nos quieran y, si no tienes a mano quien lo haga por gusto, pagas, aunque no sé yo si causa el mismo efecto que un extraño te haga mimos a cambio de dinero, pero menos da una piedra. Lo que no debe ser casual es que la mayoría de las personas que se dedican a abrazar al personal sean norteamericanas, neoyorquinas sobre todo. Ya lo vemos en el cine: una ciudad enorme y miles de personas solas con escaso contacto con sus familias o amigos y con necesidades afectivas por cubrir. Nada que ver con nosotros, que nos abrazamos hasta para darnos la hora quizá porque los latinos aún tenemos la suerte de tener cerca a la mamá o al amigo de la infancia y eso te garantiza un abrazo las veces que te de la gana.

Aquí, los que somos mimosos, nos abrazamos al llegar y al irnos, si marca un gol nuestro equipo, si tenemos un hijo o se nos muere un amigo, por lo que la mayoría debemos tener esta necesidad cubierta, aunque me temo que cada día nos parecemos más a los anglosajones.

De momento, eso sí, lo hacemos gratis, como el personal sanitario del Hospital Xanit de Benalmádena que ha dedicado un día a donar «abrazos y sonrisas» entre sus compañeros y pacientes para celebrar el Día Internacional de la Felicidad. También hay por ahí un movimiento internacional llamado «Abrazos gratis» nacido en Australia, que consiste en abrazar a desconocidos como muestra de afecto y cuyos integrantes van de vez en cuando por ahí con carteles en los que se ofrecen achuchar a quien lo necesite.

Por eso no sé si me va a funcionar el negocio. Además, de momento, la que necesita algún que otro abrazo de más soy yo, porque desde que mis hijos dejaron de ser niños me resulta cada día más difícil recibir de ellos un achuchón en serio. Y, francamente, no me veo pagándoles por un abrazo.