La noticia que ayer hubiera publicado él mismo era su muerte. Yo la leo en el autobús: «Fallece Ben Bradlee, legendario director del diario The Washington Post». Recuerdo una de sus frases y me la aplico al comenzar estas letras: «Uno de los placeres del periodismo es que nunca sabes qué vas a escribir. Eso es excitante». Leo la noticia camino del cementerio. Todos vamos de camino. Pero en ese sentido existencial no voy allí todavía, es que la línea 23, en Málaga, va desde la Alameda Principal hasta el cementerio.

Mañana es el Día mundial de la lucha contra la Polio (merece la pena recordar a quienes conviven valerosamente con sus secuelas, en Málaga la asociación que les reúne es AMAPyP). También es noticia la prescripción legal de las indemnizaciones a los afectados por la Talidomida, medicamento recetado a las embarazadas en los años 50 que causó malformaciones a sus hijos. Aquellos bebés hoy son adultos que ven cómo la ley está hecha en España para primar los intereses de la industria farmacéutica y no a los ciudadanos. Las indemnizaciones están prescritas y ellos quedan como proscritos. Ocurre cuando ha advertido el presidente del Supremo que la ley actual en España está pensada para actuar contra los robagallinas pero no contra los grandes defraudadores.

Bradlee, el director del diario que destapó el caso Watergate, lo que en aquel contexto acabó con el presidente Nixon -hoy sería improbable-, contrajo la polio. Se lo contó así a Juan Cruz en El País en enero de 2009: «La verdad es que ése fue un periodo muy importante de mi vida. Pero siempre he sido feliz, soy demasiado tonto para ser infeliz. No era el único que tenía polio; éramos 180 en la escuela y 20 la contrajimos. Era 1936 y yo tenía 14 o 15 años. Me llevaron en una ambulancia; iba con otro niño con los mismos síntomas; murió dos días después. Fue la primera persona cercana que yo supe que había muerto. Mi padre me sacó de la ambulancia, me cogió en brazos y me subió tres pisos. Empezaba un drama. Después de dos semanas, te bajaba la fiebre y te quedabas allí, tumbado, en la cama, sin poder moverte; entonces venía el doctor y te tocaba los músculos... El doctor me pedía que frunciera el ceño, que levantara las cejas, que moviera las orejas... Y todo iba bien hasta que llegamos a la zona del pecho. Me di cuenta de que no lo podía levantar. Fallaban los músculos de mi estómago. Pasaron cuatro meses antes de que pudiera levantarme y empezar a caminar?»

Una niña bromea con su abuelo cuando éste la coge en brazos previniendo la frenada del autobús. «Próxima parada casa de los abuelos», grita emulando la voz que sale por el altavoz del vehículo antes de cada parada. La cría no sabe que acaba de hacer una radiografía socioeconómica de la España actual. Tampoco sabe que algo de su socarronería la ha podido heredar del abuelo, en cuya mirada ese humor infantil ya sólo es digno enfado. La vida no es para menos. Y encima para en el cementerio?