El jurado como institución cumple veinte años, dos décadas ya desde que aquel mayo del 95 el legislador alumbrase una norma con el marchamo de los juristas más progresistas del país, veinte años que han dado para muchos procesos -231 en Málaga-, una experiencia de incalculable valor que debería servir a unos y a otros para pensar si es necesaria ya una reforma a fondo o, por el contrario, es mejor seguir así.

Hay quien aboga por derogar directamente la norma, porque considera que un jurado que tengan entre sus componentes un importante factor emocional, y que no se ciña sólo a la solidez y contundencia de las pruebas que se practican en el plenario, es un peligro y, de hecho, se han dado casos de personas inocentes que se han pasado una buena temporada a la sombra por la volubilidad y apasionamiento de los ciudadanos en este tipo de asuntos; o, por qué no decirlo, por los juicios paralelos alentados por la prensa e, incluso, por el fuego y la gasolina que han echado los abogados defensores a este tipo de asuntos. Hay expertos que abogan por reducir el catálogo de delitos que pueden someterse a un jurado popular hasta dejarlo prácticamente en el homicidio y el asesinato, porque creen que ilícitos como la malversación de caudales públicos o el cohecho son muy técnicos jurídicamente como para que una persona lega en derecho pueda comprenderlo en toda su naturaleza. Tal vez tengan razón.

El Colegio de Abogados de Málaga pide, por ejemplo, que la prevaricación judicial -la que cometen los jueces- y los delitos de corrupción de los políticos sean materia específica de un tribunal del jurado y ya han registrado esa propuesta a través del Consejo General de la Abogacía Española (CGAE), y otros juristas introducen la figura del jurado mixto, conformado por ciudadanos y jueces profesionales, algo quizás a estudiar pero que restaría bastante frescura a la idea inicial del jurado.

Sea como fuere, hay quien prefiere directamente el tribunal profesional, formado por magistrados que llevan años presidiendo juicios y, por tanto, están menos sujetos a variables emocionales que pudieran determinar una sentencia en un sentido u otro.

En Málaga es tristemente célebre la barrabasada que se hizo con Dolores Vázquez, una mujer a la que destrozaron la vida acusándola de un crimen que jamás cometió, aunque bien es cierto que aquel juicio vino precedido de una investigación desastrosa, por lo que no se puede achacar el error únicamente a los ciudadanos que conformaron ese tribunal.