Lo de los humos no lo decimos porque el alcalde de Benaoján, Paco Gómez (APB), sea de temperamento irascible y poco tratable; no, que es, por lo general, cordial y dialogante, sino por su desmedida afición al cigarrillo, que ha llegado a ser un añadido sempiterno a su fisonomía y personalidad con el riesgo que ello entraña.

Pero eso son decisiones personales en las que no entramos ni salimos. Sí, por el contrario cabe hacerlo cuando impregna con los efluvios perniciosos del cigarro un lugar cerrado y público como es la sala del Ayuntamiento del municipio en un día en el que se celebra un pleno con concurrida audiencia, como ocurrió un año atrás.

Así que un día colmó por lo visto la paciencia de la portavoz socialista, Soraya García, la cual recriminó su actitud, con las denuncias consiguientes a las autoridades sanitarias, no sin antes escuchar sonidos onomatopéyicos de los ladridos de un can emitidos con sorna por el primer edil ( con alguno que otro comentario de desplante ), algo que es público y notorio según la noticia emitida por diversos medios informativos provinciales y regionales.

600 euros de multa han sido decretados por las autoridades competentes un año después de los hechos y que deberán ser abonados por el alcalde díscolo, el cual por lo visto va a recurrirla. Está en su derecho, cuanto más que él mismo se denunció por la impropia actitud, aunque ahora tilda lo sucedido como «una pamplina». Muchos benaojanos no la considera como tal («pampringá», en el vocabulario serrano y que el regidor no dijo, pero que no me resisto a reproducir porque viene a decir lo mismo pero con acento muy local y que forma parte del vocabulario que es propio de la localidad y que no dudo que muchos habrán pronunciado sobre todos los más viejos del lugar), sino como una salida extemporánea de alguien del que se presume une actitud ejemplar y que sirva de precedente al resto de los ciudadanos; eso es no saltarse alegremente las reglas a la torera en las mismas o parecidas circunstancias.

«Dura lex, sed lex», que decían en la antigua Roma. «Dura ley, pero ley», que decimos en el habla hispana.