Davinia tenía 30 años y vivía en Alhaurín de la Torre. Su hija de seis años pasaba los fines de semana con los abuelos para alejarla del «mal ambiente» que había en casa. Una triste realidad disfrazada de eufemismo. El domingo, unos familiares encontraron muertos en la casa a Davinia y a su pareja, el padre de la pequeña. La estadística de la violencia de género aumenta con una víctima más. La segunda en Málaga este año. Las siguientes horas no son mejores. Otras cuatro víctimas y otros dos posibles casos que aún se están investigando. Todo en apenas 48 horas.

Tan sólo 24 años tenía la mujer asesinada por su pareja en Lleida. La menor de las víctimas, la hija de una mujer hallada muerta en Gibraltar, contaba sólo seis semanas, mientras que su hermana mayor, también asesinada, tenía cuatro años. Las noticias desvelan pocos datos más de estas mujeres, más allá del testimonio tardío de vecinos y amigos. «Él no la dejaba nunca sola»; «hace dos años le pegó y ella no quiso denunciarlos porque decía que era algo excepcional». Son declaraciones de una amiga de Davinia pero seguramente podrían adjudicarse a más de un caso de violencia de género. Las situaciones se repiten pese a las leyes y los planes. Davinia no había denunciado nunca. Según los datos del Observatorio contra la violencia de género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el año pasado las denuncias bajaron un 4,5 por ciento en Málaga. Un dato que no tiene por qué indicar que la situación mejora. De hecho, es preocupante que la mayoría de las denuncias tengan su origen en un atestado policial, es decir cuando la violencia traspasa el dominio doméstico y, desde fuera, se califica como tal.

Advertir los síntomas a la primera es una de las asignaturas pendientes. La educación, la concienciación colectiva y la prevención son las demás armas con las que la sociedad, cada uno de nosotros, contamos para luchar contra la violencia de género. Cada víctima es una tragedia pero también un fracaso.