Lo propio de un escritor es venderse, en el sentido físico de hacer comercio con la propia carne. Paradójicamente, hacerlo con buena tablajería y sin dejar víscera es la prueba superior de honestidad literaria, o sea, tratándose de un escritor de cuerpo entero, de honestidad sin más. Hace ya mucho, cuando Grass sacó del armario su pasado juvenil en las SS, dejé escrito aquí que con su autodelación más que sacrificarse en aras de la ejemplaridad tal vez hubiera querido vender la joya más valiosa, en momento de poca liquidez literaria. Al hacerlo, de paso, dejó cerrado el círculo de su humanidad, pues lo que nos acaba de redondear son las contradicciones, mientras que una trayectoria lineal nos hace angulosos. Como en literatura lo único inmoral es escribir mal, pecado hacia el que Günter no parece haber tenido nunca la menor tentación, Francisco podría hacerlo santo sin riesgo de error.