Sospechosos

Esta carta tiene su punto de arranque en un suceso, en apariencia, trivial. Cuando escribo estas palabras, me encuentro en una concurrida biblioteca pública malagueña. En dicho lugar, un joven estudiante está sentado casi enfrente de mí. Dicho señor, como tantos otros, porta móvil. Pues bien, cuando mi compañero de mesa hace un alto en su estudio para aprovisionarse, por ejemplo, de agua, esconde, como si no se fiara de un servidor, el teléfono móvil en su mochila. Si, como no podía ser de otro modo, yo estoy, dado que lo soy, segurísimo de mi honradez, hechos como estos (y otros peores), ponen de manifiesto que la sociedad, con excesiva frecuencia, sospecha de quien no debería sospechar, y a la inversa.

Antonio Romero OrtegaMálaga