Gran Bretaña acude a las urnas ante un panorama absolutamente nuevo para sus políticos, ciudadanos y analistas: por primera vez, la llave de la mayoría, el interruptor de la luz verde a la designación de un primer ministro, puede estar en manos de un partido que no se considera representante y defensor de todo el territorio sino de una parte solamente. En efecto, el Partido Nacionalista Escocés, el SNP, puede conseguir el jueves más de cincuenta de los 59 diputados que se eligen en las circunscripciones escocesas. Y aunque cincuenta diputados supongan menos de la décima parte de los 650 puestos de la Cámara de los Comunes, pueden ser decisivos si se cumplen los pronósticos y las dos grandes formaciones, conservadores y laboristas, llegan casi empatados a una cierta distancia de la mayoría absoluta. Una distancia que podría ser cubierta con la ayuda, precisamente, de los diputados nacionalistas escoceses, lo que ha levantado olas de sorpresa e indignación en el Londres más conservador.

El sistema electoral británico parece pensado para garantizar mayorías estables. Cada circunscripción elige a un solo diputado y a una sola vuelta: el primer clasificado se adjudica el escaño. Como cantaban los Abba, the winner takes it all, el ganador se lo lleva todo. Este sistema sobrevalora los resultados del primer y segundo partidos nacionales y hunde en la miseria del tercero para abajo. Así, pese a sus buenas perspectivas en cuanto a votos, que podrían llegar al 14% del total (lo que le convertiría en la tercera fuerza en este aspecto), el antieuropeo Partido por la Independencia, UKIO, podría sacar tan solo entre dos y cinco escaños. Pero la regla se rompe cuando un partido menor en el conjunto es hegemónico en una parte del territorio. Eso es lo que va a pasar en Escocia en beneficio del SNP, que con más o menos la mitad de los votos va a conseguir casi todos los escaños, y será determinante en el parlamento de Westminster. Naturalmente, siempre y cuando las encuestas no cometan un grandísimo error.

La pregunta es qué va a hacer el SNP con estos diputados. Difícilmente se los van a regalar a Cameron. Pero tampoco está nada claro que los vayan a usar para hacer primer ministro al laborista Ed Miliband si este llega en segunda posición. No está claro por dos razones: porque la movilización laborista tuvo bastante que ver con la derrota del sí en el referéndum de independencia, y porque a los propios laboristas les puede pasar factura aparecer como rehenes del separatismo escocés, cada vez peor visto en Inglaterra.

Miliband ha llegado a estas elecciones debiendo enfrentarse a un formidable enemigo: el magnate de la prensa Rupert Murdoch, propietario del periódico más vendido, The Sun, del histórico y todavía respetado The Times, y de varios otros medios, audiovisuales incluidos. Murdoch suele apostar por los conservadores, pero en su momento se abstuvo de declararle la guerra a Tony Blair, lo que fue importante para su elección. Con Miliband la beligerancia es patente. Murdoch quiere que Cameron continúe residiendo en el 10 de Downing Street. Sin embargo, y pese a Murdoch, las encuestas dicen que Miliband podría aspirar a la primera posición si no fuera por el cambio en Escocia, ya que esta área ha sido un bastión del voto laborista al menos desde el desmantelamiento industrial que sufrió bajo los gobiernos de Margaret Thatcher.

En las últimas elecciones, hace cinco años, el Labour obtuvo en Escocia 41 de los 59 diputados en juego, mientras los conservadores solo obtenían uno. El próximo jueves, todo el crecimiento en escaños del SNP va a ser a costa de los laboristas. El cálculo es simple: Miliband va a ceder al SNP en torno a 35 diputados que, de haberlos retenido, le sobrarían para ganar las elecciones en el conjunto del Reino Unido e intentar la formación de gobierno. Si estos diputados, las encuestas se lo ponen difícil, aunque no imposible, porque la ventaja de Cameron es escasa.