Son unas elecciones diferentes. Distintas. No hay dos candidatos en una batalla sin cuartel. Ni siquiera tres. Hay cinco con posibilidades de ocupar un asiento en el pleno municipal. Igual de abiertas están, a priori, las posibilidades para aspirar a gobernar como alcalde. Si no hay mayoría absoluta entraremos en una época de negociaciones y zalamerías varias entre candidatos que se atacan ahora para conseguir un acuerdo de gobierno. La irrupción de nuevas fuerzas políticas en el panorama municipal es innegable. Sin embargo, me asalta una duda: ¿Estamos preparados para ese cambio más allá de la conversación de un bar?

El ciudadano tiende a ser conservador. No me refiero a una postura ideológica, sino a conservar lo que conoce. A la hora de la verdad es una minoría la que opta por apuestas novedosas. Ese miedo al cambio se acentúa en el ámbito municipal, donde el componente personal y de cercanía es muy importante. Tampoco contribuye el batiburrillo de propuestas, algunas con una estratégica ambigüedad, que dejan al votante con cierto desconcierto. Llegado el momento de meterse en la cabina con todos los votos y coger la papeleta, la costumbre puede tirar mucho, al igual que el miedo a lo desconocido.

Las encuestas abren el panorama con una victoria del PP que no llega a la mayoría absoluta. Queda una semana y Francisco de la Torre acelera su actividad de forma considerable, combina campaña y gestión municipal, cuando hace cuatro años dividió ambos trabajos por horas. Por la mañana ejercía de alcalde y por la tarde, de candidato. La falta de seguridad en la victoria le ha espoleado a redoblar esfuerzos. Al menos cuenta con un camino trazado en los 15 años que ha gobernado y que le permiten ser muy conocido en la ciudad. El recuerdo queda ahí y esa es la baza que juega. Que la tendencia a mantener lo conocido le favorezca en el úlimo momento. Salvo que Malaga esté preparada para cambiar. ¿Lo estamos?