El pasado es, por definición, aquello que ya no existe. Vivimos en el espacio; pero morimos en el tiempo, como nos recuerda Emilio Lledó, flamante Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades de esta edición. Tiene el filósofo bellas páginas dedicadas al espacio y la memoria; en algunas de ellas dice cosas como ésta: «La vida, en el espacio creado y habitado por los hombres, fructifica como una granada jugosa, en la que se agrupan pasiones y deseos». Pero la planificación urbana eficiente, que cuantifica densidades de tráfico rodado y techos edificables, deviene en pesadilla si olvida que «la construcción arquitectónica ahorma el espacio para que en él quepa el tiempo humano». En este sentido, viene a mi mente un acrílico pintado por Guillermo Pérez Villalta en 1975 que ejerce sobre mí un efecto hipnótico. Se titula Las tardes de Pedregalejo, y en él se condensa cierta visión malacitana del paraíso perdido: un mundo de sopor estival a la sombra de árboles frondosos, canto de cigarras y tedio dulcísimo. Pequeñas villas con jardín tras una valla, salamanquesas en un porche.

Ha llovido mucho desde entonces. Pasa una legislatura más y el nudo gordiano de Pedregalejo, que entrelaza varios ámbitos de la administración pública, sigue sin deshacerse: los Baños del Carmen y los Astilleros Nereo permanecen suspendidos en su limbo atemporal. La prensa nos ha dado esta semana una de cal y otra de arena sobre este asunto: la solución del balneario se complica, la Audiencia Nacional admite el recurso de Nereo. Y los malagueños, sin embargo, saludamos por lo bajini esta inconclusión como una saludable prórroga, debatiéndonos entre la indignación por el deterioro progresivo del lugar mágico y el secreto temor de que la intervención que acuerden las partes distará de agrupar aquellas pasiones y deseos que citaba Don Emilio.

*Luis Ruiz Padrón es arquitecto