En la nueva sede de la Alianza Francesa de Málaga, sita en calle Beatas, tiene lugar estos días una sugerente y recomendable exposición del artista Diego Santos. Bajo el título «Relax, mon amour, Málaga-Tánger» se reúne una serie de imágenes, mobiliario y objetos decorativos que establece interesantes paralelismos entre estas dos ciudades situadas a ambos lados del Estrecho. El hilo conductor es esa versión tardía y meridional del streamline style -que aquí tradujimos como estilo transatlántico por su utilización de la estética náutica- destacable por su desinhibición formal; versión que el propio Diego Santos y el historiador Juan Antonio Ramírez bautizaron con fortuna como estilo del relax en un libro con ese mismo título, allá por finales de los años 80. Época en la que por cierto ya estaba en franca decadencia. El buque insignia de esta corriente navegaba por tierra firme con el nombre de Bazar Aladino, un edificio-barco cuyos mástiles estaban empavesados con gallardetes multicolores que flameaban al viento marino. Aún existe, pero muy transformado, y hoy es un ajado pecio varado en la orilla de la antigua N-340. Carretera que engarzaba los distintos hitos de esta tendencia neo-moderna, caracterizada por formas trapezoidales y ameboideas, ojos de buey, voladizos insólitos y colores estridentes. Otros ejemplos formidables han corrido una suerte aún peor y ya sólo es posible contemplarlos en los álbumes de fotos, como el hotel Mare Nostrum de Fuengirola, o el Málaga Cinema. El propio estilo del relax fue sucedido por una inclasificable estética narco-kitsch que los alcaldes más montaraces de la Costa del Sol abrazaron con entusiasmo digno de mejor causa, hasta el punto de elevarla al rango institucional en los casos más extremos. Recapitulemos, por favor.

*Luis Ruiz Padrón es arquitecto