En lo que va de año 47 mujeres han sido asesinadas en nuestro país víctimas de la violencia machista. Las tres últimas en apenas unos días. Es una realidad escalofriante que convertimos en números, porcentajes y cifras para poder analizarla y también digerirla. Pero esas mujeres asesinadas, esas familias rotas y esas vidas que quedarán marcadas para siempre por el sufrimiento son mucho más que números. Son la máxima expresión de la desigualdad social de este país.

Esta lacra social que es la violencia de género es un problema mayor que requiere una profunda implicación social en todos los ámbitos y entornos. No podemos permitir que la sociedad siga avanzando sobre los cimientos de la desigualdad que hacen que tantas veces tengamos que lamentarnos y preguntarnos si estamos haciendo lo suficiente. Para entonces volverá a ser tarde.

Sería un error pensar que se trata de sucesos aislados, de tristes experiencias ajenas por las que poco podemos hacer. Pero sobre todo sería un error no reflexionar sobre ello y sobre el rumbo que mantiene nuestra sociedad, de la que formamos parte y la que conformamos.

La indiferencia con la que asumimos estas cifras aviva la discriminación, el miedo y la desigualdad, y perpetúa un problema que nunca debimos tener. La erradicación de la violencia de género pasa inevitablemente por la implicación de todos y cada uno de nosotros en la lucha. Algo debemos de replantearnos cuando, según una reciente encuesta del Ayuntamiento de Málaga, casi el 48% de los malagueños no intervendría si presenciase que un amigo está maltratando a su pareja.

No es este el camino que queremos seguir y tenemos un objetivo común: que no quede un solo rincón indiferente en este país ante la violencia de género. Y una herramienta clave en esta campaña es la educación. Debemos educar para concienciar, para no tolerar y para eliminar la discriminación y la desigualdad. Y debemos hacerlo en todos los ámbitos.

En esta lucha las administraciones públicas también juegan un papel importante, aunque aún queda mucho por hacer. Partimos de que las administraciones incumplen en muchos casos sus propios planes de igualdad, no llevan a cabo la mayoría de sus objetivos y aún mantienen carencias en aspectos como la prevención de la violencia. De hecho, la mayoría de los centros de trabajo carece de protocolos por acoso sexual y violencia de género y de movilidad para víctimas.

Es necesario combatir esta desinformación y la falta de implicación social con una correcta educación. La violencia de género se puede combatir y se puede evitar. Se debe evitar. No limitemos esa lucha a una fecha conmemorativa; 25 de noviembre debe ser todos los días del año.