La revista Litoral dedica su último número al poder de atracción que siempre ejerció lo que hoy se conoce como Costa del Sol. No se refieren a los millones de turistas, bienvenidos y benditos sean, que cada año aterrizan aquí. Ni a Juan Antonio Roca o Gil o Julián Muñoz, ejemplos de tantos miles de forasteros que llegaron con ganas de privatizar el sol y recalificar los atardeceres. La revista indaga en gente mucho más interesante. Por ejemplo, en Ava Gardner, que paseó por las playas de Torroles en el 55. Todavía habrá un anciano pescador que recuerde un lance amatorio. En Dalí y Gala, que enseñaba las tetas por la zona de la Carihuela en 1930. Se refieren a Gautier, Richard Ford, Andersen, Rubén Darío, Gerald Brenan, Rilke o tantos otros intelectuales, bohemios, próceres (o todo a la vez) que pasaban temporadas por aquí o compraron casa o invirtieron. O invirtieron en largas sobremesas, como esas de La Cónsula a las que acudía Hemingway. la lista de ilustres visitantes es terminable aunque larga. Del horror que aquí vio Gamel Woolsey salió Málaga en llamas, una de esas novelas que tanta gente dice tener pendiente de leer. Por aquí pasaron deliciosos golfos, gentes del celuloide, variopintos coleccionistas de vello púbico; personalidades famosas como César Vallejo, la Bardot, Deborah Kerr, Peter Viertel, Connery... Casi todos parecen de un mundo extinto, ahora que las celebridades que triunfan son tronistas, cantantes, figurantes de series, desnudistas de Interviú, ex de Gran Hermano o instagrameros. La salida de esta publicación coincide con ese dato del estudio/encuesta de la Comisión Europea conocido estos días y que afirma que Málaga es una de las ciudades europeas con mayor calidad de vida. O sea, con mejor clima, que eso y no otra cosa es lo que tendemos a valorar como oro molido, y lo es, los que habitamos estos lares. Lo cual nos hace soslayar otros problemas y sumergir el espíritu crítico entre los hielos del gin tonic sabatino en Pedrega y tal. El poder de atracción de la Costa sigue casi intacto. Eso sí, con más ladrillos y menos glamour. Claro que también este es un mundo sin Rilke.