Hoy estoy nostálgico. Será porque ya me acerco a edad de «abuelo cebolleta» o porque me siento un privilegiado por vivir una juventud diferente quizás a los jóvenes de ahora. No digo mejor ni peor. Digo diferente. Fue el miércoles que fui a comer a Pedregalejo y me vinieron a la mente muchos recuerdos de aquella época en la que aquel barrio era el lugar de encuentro de generaciones que coincidíamos allí los fines de semana.

Recuerdo quedar con mi pandilla los sábados para ir allí. Íbamos en vespinos, ciclomotores que ya no se ven, pero que por entonces casi todo el mundo tenía. En Pedregalejo podías encontrar un sinfín de bares con ambientes y músicas diferentes. Todos tenían algo en común. Tenían encanto.

Recuerdo «El sidecar», un barecillo metido en un callejón. Allí se daban cita los «rockers» que tomaban sus botellines de cerveza mientras oían grandes clásicos de la música de los años ciencuenta y sesenta. Recuerdo que allí se tomaba la letal «ristra de la muerte», siete chupitos cada uno de un color diferente. Nos molaba mucho el ambiente, la gente que allí se daba cita y tomar la primera cerveza y compartir con los amigos una «ristra de la muerte» mientras pinchaban a Elvis o a Chubby Checker.

«Zona» era otro bar de allí (ahora es una tienda de muebles). El ambiente era diferente. Allí nos veíamos gente más de mi edad para tomar una copa oyendo grandes clásicos de la música española como Radio Futura, Danza Invisible o Los Ronaldos. Muy cerca de allí se encontraban «La peseta loca» y el «Rantamplán». Allí iban los puretas, que así llamábamos a la gente mayor que salía de marcha como nosotros. Resultaba curisoso que los llamábamos puretas pero tenían dos o tres años más que nosotros. Justo enfrente estaba «El Plumaria» (que ahora es una guardería del mismo nombre).

Llegados a este punto podías coger el vespino y acabar en el «Lemon» (ahora un bloque de pisos) en el paseo de Reding. Muy cerca también estaba «Mode» (ahora un banco). Pero también te podías quedar por Pedrega e ir a «La Chancla» (ahora un hotel). En aquel bar a pie de playa se juntaban surferos y rastas para tomar algo oyendo canciones de Bob Marley.

Existían muchos más bares («Dónde», «Bianco», «Duna», «Los Barriles»...). Hablar de todos sería larguísimo. Pero todos acabábamos la noche en «Bobby Logan», una discoteca distinta a todas. Aquel local nada tenía que ver con lo que ahora todos conocemos como una discoteca. Daba igual que alguno de la pandilla se encontrara con alguien en alguna bar y se despistara del grupo. O que algunos quisieran ir a un bar y otros a otro. Y es que, pasara lo que pasara, todos nos reencontrábamos en «Bobby Logan» para acabar juntos la noche antes de irnos a casa. Cada uno a la suya, claro está. Con tres mil pesetas (dieciocho euros) como máximo pasabas una noche consumiendo en los bares y no en la calle.

Todo aquello murió. Era lógico. Los cientos de familias que vivían en Pedregalejo no tenían por qué aguantarnos a todos esos jóvenes que nos encontrábamos las noches de los fines de semana en el barrio donde ellos vivían. Fue una época preciosa. La edad ayudaba, evidentemente.

Lo que creo es que ahora no existen bares con ese encanto. El centro, donde se aglomeran la mayoría de bares y zona en la que ahora salen la mayoría de jóvenes, es otra cosa. No hay discotecas a las que apetezca ir. Y, evidentemente, se molesta igual a todos aquellos que eligieron el centro de la ciudad como zona donde vivir. Allí se acumulan restaurantes y bares. Gente que quiere cenar tranquilamente y gente que quiere ir de fiesta, objetivos que nada tienen que ver.

Quizás el problema está en que yo no conozco los nuevos bares con encanto. O, más seguro aún, ya no tengo edad para conocerlos o buscarlos. O que yo no les encuentre encanto no significa que no lo tengan. Pero creo que si estas nuevas generaciones pudieran entrar en el ministerio del tiempo y tuvieran la oportunidad de vivir aquella época al menos una noche, estoy seguro que no querrían volver. Ellos querrían pertenecer también a esa «generación Bobby Logan».