Quizá sea porque también mi hijo tiene cinco años, quizá porque tengo familia en el barrio La Luz, en Málaga; o quizá porque no termino de acostumbrarme a algo tan «normal» como ver en la web de cualquier periódico junto a las declaraciones del asesino confeso de su propio hijo y de la madre (el pequeño Aarón y Estefanía), titulares sobre lo que dice la actriz Emilia Clark de su último desnudo en Juego de tronos o, peor, que cuentan que Cristina Pedroche estuvo a punto de llorar por el descenso del Rayo Vallecano y que Belén Esteban se enfada porque no entiende que España siga empeñada en ir a Eurovisión tras los resultados obtenidos. No crezco.

Me cuesta soportar la fotografía del padre del crío, su asesino, intentar no odiarle (el odio ensucia el alma y la mirada). Trato de encontrar en su rostro que podríamos considerar agraciado los rasgos de un monstruo -hay mucho en la carita de Aarón del trazo genético de su padre, no sólo de su guapa madre-. Me cuesta. Pienso en mi niño y se me encoge el alma en las tripas. Me cuesta e intento pasar página. Vivimos mirando permanentemente para otro lado cuando no conseguimos entender, cuando algo nos asusta tanto como que alguien que antes se llamaba Miguel Ángel ahora sea el asesino de la Luz, y no es una metáfora poética, sólo el nombre de un barrio, pero sí lo es y él mismo lo sabe: Aarón y Estefanía eran la luz. Su luz. «En 24 horas arrasé con todo. Destruí dos familias y a mí mismo» Cuánta pena y qué horror tan grande€

Lo que ocurre dentro de una pareja cuando se termina sigue siendo un fracaso triste y doloroso, en ocasiones insoportable. Lo alimenta una carencia de educación sentimental, porque en la mayoría de las ocasiones ese fracaso no debería serlo tanto, ni el orgullo devorar tanto a quien se siente herido. Es duro incluso cuando uno de los miembros de la misma no ejerce violencia moral o física sobre el otro. Una violencia que normalmente es ejercida por el hombre sobre la mujer debido a un machismo enfermizo para el que no se le ha vacunado con éxito por la familia y la escuela desde la infancia. Pero no siempre es el hombre. Como sí lo es siempre cuando la pareja es entre varones homosexuales y nunca cuando la pareja rota con trazas violentas es lésbica. Quiero decir con esto que hay una tensión específica entre el despecho y el desengaño, la posesión y la inseguridad, que contaminan el amor y sus rutinas, y en ocasiones lo convierten en el desamor y sus ruinas.

La ira me hace decir que antes de matar a un niño y a su madre convendría que el asesino se matara a sí mismo. Pero la inhumanidad no comenzó el día que nació el ahora llamado asesino de la luz ni sus crímenes son nuevos. Eurípides ya describe en Medea cómo aquella madre envía a sus propios hijos a la muerte como venganza por el abandono de Jasón, el padre de sus niños. Fue una de las primeras contaminaciones entre los problemas de las parejas y sus hijos inocentes. Cuánta pena y qué horror tan grande€