Entre telas de colores, un universo entre cuatro simples paredes, un diálogo interior con más luces que sombras, y acordes vitales un tanto socarrones, que vencen al mariachi más bravo de la hacienda. Cada prescripción médica de reposo forzado esculpe su realidad, y responde con la rebeldía romántica como moneda de cambio a su situación, como dulce venganza de su sino, transformando su incapacidad en una banda ancha de creatividad.

Juega a caminar con los vaivenes de su corazón por el borde de un muro imaginario en el que no existe la posibilidad de caerse, se sale de la línea a conciencia, se ríe de los raíles de lo socialmente correcto y de la muerte, explora desafiante la madre selva del arte y la cultura. No tiene miedo, a pesar de estar prácticamente inmóvil, porque ha descubierto que su mente es libre, y que puede posponer, acercar y alejar el horizonte de su pensamiento todo lo que quiera, todo lo que alcance a visualizar. Ese es su secreto, su mejor baza, su tesoro, su refugio, su alivio, su medicina, su senda, su paraíso: su propia imaginación.

Inicia cada mañana desde su cama su movimiento revolucionario personal, su pulso a la vida, convirtiendo su pena en pintura, se arranca las cicatrices a golpe de color y poesía. Su mirada atraviesa las paredes, su ceño, fruncido y serio, parece molesto con el mundo, consciente de los muchos que se ahogan en un mar de limitaciones donde ella, como buena mexicana, sólo ve posibilidades. En su realismo mágico, la naturaleza es su confidente y aliada, su instinto maternal frustrado se concentra en crear un mundo de fauna que le susurra y acompaña, y juntos se fusionan en una bomba technicolor cargada de perspectiva y trascendencia.

El mundo de Frida es una demostración empírica -como muchas otras historias- de que convivir día a día con el dolor puede desembocar en arte a modo de terapia, siempre y cuando se le abra una puerta a la habitación de las emociones, facilitando una salida digna al ser, en un lugar mucho más allá del cuadro corpóreo y sintomático que le atrapa, en un espacio atemporal en el que no existe más el sufrimiento, sólo la música del alma y las cuerdas del universo.