Imagínense a un deportista que encara su primer entrenamiento de la temporada sabiendo que por más sesiones que realice, por más horas que le dedique, jamás conseguirá ganar un partido. Con una pizca de suerte y en el mejor de los casos sumará algún empate para contrarrestar tanta amargura, tanto desaliento. Ese sentimiento de impotencia y cierta desazón que podría inquietarle también nos pasa factura a los que cada veintitantos de agosto levantamos el telón de una nueva campaña. Y vamos a por la novena.

Un gesto cada vez más simbólico habida cuenta del protagonismo que está tomando el balonmano playa en toda su extensión y que amenaza con mucha fuerza el descanso de aquellos que durante diez meses, sin una mínima tregua, empleamos todas nuestras energías en el balonmano tradicional, el de pista, al veinte por cuarenta.

Se hace difícil empezar cada campaña como el que encuentra un terreno en barbecho. A las preocupaciones financieras, compañeras de viajes durante todos estos años, se suma la presión por no perder ninguna de las ayudas, públicas o privadas que percibimos. Septiembre y octubre se hacen especialmente largos, con decenas de frentes abiertos, excesivo desgaste y el miedo a dañar parte de lo conseguido campañas atrás.

Analizas los errores de la temporada pasada, el comportamiento de la gente, oyes a cuantos tienes alrededor para intentar montar algo que guste a la mayoría. En la innovación, la proyección y ejecución de nuevas ideas se sostiene el ánimo con el que afrontas cada temporada; intentas por todos los medios no caer en la monotonía, en el pasotismo, en la falta de interés y peleas contra ti mismo para no tirar la toalla.

Sales a empatar, sin la perspectiva de poder dar un salto de calidad y en momentos concretos es preferible no pararse a pensar.

Créanme si les digo que la cuesta se empina hasta el infinito si los comienzos no son buenos. Que el desánimo gana enteros cuando las respuestas negativas son la réplica a cada oferta, cada llamada, cada acción y ahí, las esperanzas se desvanecen. Piensas en las cosas que vas a tener que dejar de hacer, en las actividades que no podrás desarrollar. En lo que fue y ya no será.

Este año, en cualquier caso, queremos implementar la campaña que desde la Federación llevamos a cabo bajo el lema: «Quiero jugar sin insultos». El respeto y la tolerancia deben prevalecer por encima de cualquier otro principio en nuestro día a día y no puede ser menos en el deporte base. Los árbitros no pueden convertirse en el objetivo, la diana, de cuatro «tunantes». No lo vamos a permitir. Pero para ello es necesario que todos los implicados, empezando por los responsables de cada entidad deportiva, pongan un poco de su parte. No todo vale para sumar una victoria.

El premio recibido en junio de manos del presidente de la Real Federación Española de Balonmano, Francisco Blázquez, me insufló mucha energía. Somos humanos. A todos nos gusta recibir un galardón más si las connotaciones del mismo hablan de equipo, fidelidad, fortaleza y confianza. Reflejo de la gente que día a día trabaja conmigo para hacer un balonmano más dinámico. ¡Gracias y felicidades!