El zar de todas las Rusias, Nicolás I, usó esta ya longeva expresión por primera vez en 1853. Se refería entonces a sus vecinos del Imperio Otomano, ya en un peligroso y avanzado estado de decrepitud y decadencia. En la Belle Époque se aplicó a otros países. Entre ellos, al Imperio Austro-Húngaro de los Habsburgos. Con el paso de los años, con aquello del «hombre enfermo de Europa» se pudo seguir etiquetando a un buen número de naciones. Parece que en la actualidad, en los medios de comunicación, el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte suena, desde el Brexit, como un buen candidato para este título del «Sick man of Europe». Por cierto, me imagino que los británicos que en otros tiempos lo utilizaron en más de una ocasión para definir a otros países europeos, jamás hubieran sospechado que ellos podrían ser un día el blanco de pueblos teóricamente inferiores.

La tormenta perfecta empezó cuando el anterior primer ministro británico, el señor David Cameron, decidió apaciguar el ala más tóxica del Partido Conservador. Para ello les prometió (como un gentleman, no por nada se había educado en Eton y en Oxford) un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE. El resto de la tragicomedia ya lo conocen ustedes. Aunque no el final de la misma. Todavía pendiente de las futuras entregas. Como dijeron los representantes de Japón en la reciente cumbre del G20, era obvio que sus propios expertos habían hecho mejor su trabajo que los del nuevo Gobierno de Su Majestad Británica. Los industriales japoneses ya habían calculado perfectamente el probable y por lo tanto preocupante precio final del Brexit para el traslado de las empresas niponas que por el momento seguían instaladas en el Reino Unido. Aparentemente los británicos desconocían esos datos.

La nueva primera ministra, la señora Theresa May, intenta proteger a su país de los efectos del fuego amigo de sus compañeros del Partido Conservador. Especialmente de los que forman ahora parte de su gobierno. Es una mujer fuerte. Y honesta. Eso sí. Obligada a tener que navegar por aguas muy peligrosas. En la oposición, los laboristas intentan evitar una guerra civil dentro de su partido. Su líder, el señor Jeremy Corbyn, admirador de los chavistas venezolanos, elegido hace un año, fue uno de los causantes del desastre del Brexit. Se fue de vacaciones durante la campaña que su partido debería haber liderado a favor de la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. La etiqueta de «saboteador» que le colgaron en The Economist, el semanario más inteligente del Reino Unido, no se despegará fácilmente.

Es triste para los que hemos admirado al gran pueblo británico el admitir que uno de los caudillos del Brexit llegó a decir que le preocupaba que «ninguna de las promesas que les hemos hecho a los electores podría ser cumplida» . Ciertamente no se lo merecen: ni los que habitan en Inglaterra, ni los galeses, ni los de Irlanda del Norte. Y mucho menos los escoceses.

Conservo el texto de un espléndido artículo sobre Inglaterra. Lleva la firma del maestro don Antonio Garrigues Díaz-Cañabate. Se publicó en La Tercera de ABC. El 23 de noviembre de 1949. Terminaba así don Antonio: «Ese aludido fondo brumoso de la vida inglesa, que la claridad mediterránea no acierta nunca enteramente a descifrar.» Eso sí. Es evidente que los ingleses de ahora no se parecen mucho a los de entonces. Y ése puede ser el problema.