Hay proyectos que nacen de pie y con un pan debajo del brazo y eso que Málaga siempre ha sido muy de proyectos mal parios, de partos difíciles o de esos otros que simplemente tuvieron una gestación tan complicada que impidieron su nacimiento. Un desastre, vaya. El río Guadalmedina, por ejemplo, lleva quinientos años gestándose, lo que no deja de tener mérito pues cada cierto tiempo alguna mente fértil lo insemina de puentes colgantes, bicicletas y varaderos. Ahora se ha firmado el enésimo protocolo de intenciones entre la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Málaga con la intención, en el buen sentido de la palabra, de meterle mano y dejar al río preñado de un nuevo proyecto. Lo que sucede es que al río ha decidido hacer voto de castidad y ya no es una presa fácil de las ocurrencias de sus pretendientes que olvidan que es un río. Exhausto de propuestas, el Guadalmedina languidece sin agua y de ser persona sería ya un novicio. Otro que lleva mal eso de cobrar vida es el cine Astoria, cerrado desde 2004, y que aún espera conocer los títulos de créditos de su próxima película. Incluso hay algunos que pretenden que no nazca nada nuevo en ese solar, defienden su derribo y que la plaza donde se ubica sea casi tan virginal como quiere ser Leticia Sabater. Pasa igual con La Mundial, por ejemplo. Preñada por un famoso arquitecto al que se le impide que su hijo nazca en forma de hotel. Un parto difícil, burocrático, que dura catorce años y que habla muy mal de las matronas que dirigen este hospital llamado Málaga. Si yo fuera el padre ya habría repudiado a este hijo que pintan de bastardo y al que no se quiere en esta ciudad. También tiene difícil que vea la luz en este siglo el tren litoral, que se acomoda plácidamente en la barrigota de la administración desde hace décadas sin querer prestar un servicio útil para el desarrollo económico y turístico de la Costa del Sol. Su origen fue fruto de un gatillazo electoral allá por 2004 cuando se inventó eso de la «hora de Málaga» y todos los políticos tiraron de viagra para que floreciera una nueva Málaga. Años después, la tasa de abortos fue mayúscula, proporcional a la ligereza con la que se flirteo en una tierra necesitada de nuevos hijos. Hay otros proyectos que necesitan de un chute de óvulos, de cariño, para revivirlos como el uso del edificio de San Agustín o el Convento de la Trinidad; y hay unos pocos que han sido fecundados en probetas delirantes como el majestuoso auditorio del puerto. O el de los Baños del Carmen, que no nace debido a un debate impropio entre matronas para una gran ciudad sobre la validez de una concesión administrativa.

Ante tanta infertilidad de los últimos tiempos sorprende que nazcan proyectos que de verdad sirvan para dinamizar e impulsar la economía de esta provincia, descontando la fiebre reproductora de finales del siglo pasado cuando se parieron varios hijos, habría que concederles la distinción de adoptivos y predilectos de la provincia, como el AVE (en este caso se discutió si la madre era Celia Villalobos o Magdalena Álvarez); la nueva terminal del aeropuerto de Málaga o la hiperronda, por citar algunos de los que nos sentimos orgullosos como buenos padres que somos.

Entre toda esta orgía de proyectos fallidos hay uno que ha deslumbrado pese a que aún camine con dificultad por su insultante edad. Es el Caminito del Rey, que en poco más de un año ha logrado convertirse en la tercera marca turística de la provincia después de la Costa del Sol y Marbella. Un nuevo reclamo turístico nacido de la nada y cuyo mérito principal es que cobró vida pese a que en su gestación participaron padres tan diferentes (Diputación de Málaga, Junta de Andalucía, Gobierno central, ayuntamientos de Álora, Ardales y Valle Abdalajís) que hacía impensable que el niño naciera e hiciera carrera. A este pequeño milagro de la concordia, del entendimiento entre administraciones diferentes, lo llaman el «espíritu del Caminito del Rey» . En poco más de un año y medio, el niño ha crecido tan deprisa que acumula reconocimientos como el Premio Andalucía de turismo; acaparó los tres premios más importantes de patrimonio de la UE en la gala de Europa Nostra; tiene el Premio de la XIII Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo o el premio al Producto Turístico del Año. Es lo que se dice nacer con un pan debajo del brazo.

Pese a que aún ande jugueteando por la guardería y en sus partes semanales acumule anotaciones brillantes de comportamiento, esta semana recibió su primer cheque bebé por valor de diez millones de euros concedidos por la Unión Europea dentro de los denominados fondos de la estrategia de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado (DUSI). Aunque los fondos tengan un apellido parecido con ciertas marcas de anticonceptivos, la semillita germinó gracias al cariño de unos padres que vieron una solución donde antes había un problema. A estos diez millones DUSI hay que sumar otros 2,5 millones que aporta la propia Diputación de Málaga, que ejecutará con estos fondos 16 proyectos en los municipios de Álora, Antequera, Ardales y Valle de Abdalajís, situados en el entorno del Caminito del Rey, y que de ninguna otra forma hubieran recibido esta lluvia de millones para dinamizar la economía y el turismo de la zona. Este proyecto, además de ser ejemplo de como una inversión productiva puede multiplicar los panes y los peces, es una muestra clara de colaboración institucional y entre partidos de distinto signo político. Fue impulsado por el presidente de la Diputación de Málaga, Elías Bendodo, con la complicidad del delegado de la Junta en Málaga, José Luis Ruiz Espejo, y de los alcaldes José Sánchez, Manuel Barón, María del Mar González y Víctor Castillo, lo que demuestra que cuando unos padres quieren de verdad a sus hijos, nada les impide nacer por mucha fama que tenga Málaga de proyectos mal parios.