La alegría es el personajillo amarillo, de entre todos los que habitan el cerebro de la protagonista en la estupenda película de la factoría Pixar Inside out. Aquí se llamó Del revés y en Iberoamérica se distribuyó con un título afortunadamente intencionado: Intensa-Mente. Cuando la vi me sorprendió que una historia tan adulta en sus claves psicológicas enganchara tanto a mi niño que aún tenía sólo cuatro años. Su recuperación es altamente recomendable para verla en familia una de estas tardes en que los críos (sean hijos, sobrinos, nietos y demás tropa en crianza) siguen de vacaciones navideñas.

Con alegría se canta en Cádiz por Alegrías tiriti tran tran tran. La misma alegría que, yendo ya por derroteros conductuales, está sujeta a normas morales y culturales que adquirimos durante nuestro desarrollo social. Esas pautas condicionan la mayor o menor actividad de nuestro personajillo amarillo, para entendernos y darle cierto hilván a estas líneas de casi fin de año. Esas normas que hemos mamado determinan el cómo, el en qué momento, y el con quién podemos expresar esa emoción que llamamos alegría.

«Alegría y dolor forman fino tejido» decía el poema de Blake que he recordado tantas veces en mi vida desde que supe de él cuando encarné el personaje de Robin, de la obra de J B Priestley The time and the Conways, que en los teatros españoles se tituló, esta vez con singular fortuna, La herida del tiempo. Tanto William Blake como Priestley eran británicos y, por ende, alimentados espiritualmente en la cultura occidental. Y es en ese Occidente del que participamos, ascendencia griega y posterior tradición judeocristiana, donde cuando sentimos la alegría tenemos la necesidad de compartirla, de contar lo que nos la provocó para contagiarla y de hacerlo casi siempre de manera espontánea con una sonrisa. Si para colmo, en vez de británicos, somos mediterráneos o latinos, poca cortapisa habrá para manifestarnos alegres, a pesar del dolor que lleva aparejada toda vivencia a la corta o a la larga.

Ayer me llamaba mi querido Pepelu Ramos para recordarme que en la fiesta mayor de Verdiales, que él estaba cubriendo para Canal Sur Radio en Málaga, los imprescindibles fiesteros han premiado este año a dos curiosos personajes, de ésos que en Andalucía nos florecen como amapolas (esas flores aparentemente separadas y solas en la campiña pero que terminan salpicándola de rojo entre los más abundantes amarillos, verdes, lilas y azules de otras florecillas habituales que nacen arracimadas). Se trata de una pareja sueca-norteamericana que aquí se nos llegaron -más que vinieron- y se hicieron fiesteros? Cuando se les pregunta a esta pareja qué les atrapó de los verdiales, esa manifestación flamenca tan rural y de esencia antigua, ese fandango por hacer de quejío agudo, violín roto, crótalo, pandero, vara de mando y cintas de colores, ellos contestan: -la alegría.

No perdamos eso.