El sábado viene Susana Díaz a Málaga a entregar los premios Clara Campoamor con motivo del Día de la Mujer, que no es el sábado y sí hoy. A Díaz le preguntarán los periodistas sobre si va a ir a las primarias del PSOE o no.

Seguramente no dirá nada, dado que no es un acto de partido y sí institucional, feminista, simbólico, solemne pero festivo. Sin embargo, otra vez, habrá algún amago, una señalita, un no voy a fallar a nadie, un aquí estoy como siempre. Y la sacarán los telediarios, que se pasarán por el forro el Día de la Mujer y a Clara Campoamor y al Cristo que las fundó y sólo hablarán de que Susana Díaz no desvela sus planes y bla, bla, bla y el PSOE esto y lo otro. Joder qué cansinez.

Le pasa como a Elías Bendodo, que el pobre va a ponerse la camisa por la mañana y le sale un periodista por la oreja y le pregunta si quiere ser alcalde. Sale a la calle y le interrogan alegres los parterres, comedidos los bordillos y hasta tímidas las aceras si sería bueno que De la Torre le cediera el puesto antes de las elecciones. No veas tú hasta que llegue de nuevo a casa por la noche, que no se descarta que se encuentre con el típico vecino majete en el elevador y también le inquiera sobre el asunto y tal, y cómo vas y para cuando lo tuyo, no si yo pienso lo mismo que tú y eso. Y suerte y en ese plan.

Y ahí están los dos, Díaz y Bendodo, pidiendo sin pedirla una oportunidad, como Platanito en Las Ventas, que diría Antonio Romero. La primera tiene un plan que todo el mundo desconoce. La humanidad lo intuye. El segundo tiene un plan que todo el mundo conoce pero intuir intuye una cosa él (tengo el aval) y otra el alcalde, que remolonea más para dar un apoyo o avalito que un absentista el lunes a las ocho de la mañana. No veas tú De la Torre como director de banco, para dar avales con facilidad está el muchacho. Y así estamos, con unos líderes anclados en la provisionalidad, que es como atarte un ancla a un pie y el otro pie a una lancha que fuera a toda velocidad. O sea, que puedes no pasártelo bien ni en el camino ni en el destino.

El heredero y la aspirante van engordando de impaciencia, coleccionando desaires, contando y recontando lealtades por la mañanita y acumulándolas en el rincón del cerebro donde pone: no olvidar. Las putadas, ya de suyo, como que no se olvidan. Incómodo pasar del tiempo. Para unos más que para otros.