La verdad es que lo traté poco: nacimiento, encuentros familiares, su boda, hijos. Algo más, por desdicha, a raíz de su dolencia, tan joven aún, y descubrí en él un espíritu de lucha poco común. No era puro instinto de supervivencia, era otra cosa, el afán de lucha en sí, ejecutado con serenidad, tesón, optimismo, buen humor. Si no fuera terrible decirlo, diría que, pese a tanto sufrimiento, disfrutaba de algún modo al afrontar el reto, pensando en la victoria. Luego comprendí todo al leer la carta necrológica de un compañero de hockey. Fue ahí cuando de veras conocí a Kiko. Su autor (Javier) expresa al hablar de él toda la grandeza posible en el deporte, y la gama de valores que se despliega: afán de ganar, compañerismo, honradez, valentía, coraje, espíritu de equipo. Entonces sentí crecer el orgullo de haber conocido, aunque fuera tarde, a Kiko, y entendí mejor la idea de campeón.