Hoy se inaugura la feria del libro de Málaga. El escritor y periodista Juan José Téllez es el pregonero. Conocí a Téllez hace mil años, a finales de los ochenta en Puerto Banús. Nos convocó a un almuerzo de confraternización de plantilla la empresa editora del entonces nuestro periódico.

Yo era un jovenzuelo de apenas 16 ó 17 años, un intruso, que cortaba los teletipos que salían a borbotones por un maquinón. Con suerte, alguien me daba a «picar un teletipo». Contaba los días para irme a Madrid a estudiar periodismo. Téllez era el jefe de la delegación/redacción en el Campo de Gibraltar de aquel rotativo. Yo admiraba su soltura al escribir, aunque en aquel almuerzo admiré más las gambas y los postres. Los periodistas somos muy de pasar hambre, pero si se es protoperiodista en edad de crecer puedes comerte una mesa de Ikea o una butaca de aperitivo, ventilar docenas de gambas y un rodaballo y terminar, claro, con un buen bocata y dos milhojas. Puedo escribir, sin que aún haya sucedido, que Téllez ha dado un bello pregón. Pregón que tal vez no se llame así y sí discurso o conferencia o lección. Iré a darme una vuelta por la feria. Nótese el cambio de significado de esa frase: iré a darme una vuelta por la feria. Ahora es la del libro. A los 16-17 o a los veintitantos era la feria, feria, la del rebujito y el flamenco, las hormonas viviendo su vida loca y el resacón culposo. Las resacas también contribuyen a desarrollar la pasión lectora. No obstante.

En efecto, te levantas el sábado hecho un Cristo. Pero un Cristo ya torturado. Lo pasas falta, pero como esa noche no vuelves a salir, el domingo estás lúcido y en forma después de dormir diez horas. Y, claro, te pones a leer. Hay gente que si está el domingo en forma hace una barbacoa o bricolaje o lleva a su cuñada a ver el Tajo de Ronda, pero como yo tengo las manos pequeñas y la glándula del sentido práctico amputada, sólo me caben libros y no filetazos o taladradoras o cinturas de cuñada, que como tienden a ir a barbacoas son cinturas que en un momento dado o determinado se vuelven inabarcables. O bien las puedes abarcar abriendo mucho los brazos, con el consiguiente riesgo de que la cuñada se ahogue y entonces te arruine el domingo. Incluso el lunes.

Iré a la Feria del Libro a espantar palomas y gorronear solapas, tomar el sol, saludar conocidos, aupar a mi crío por entre los estantes y hacer tiempo para tomar unas cañas con conchas finas feliz de portar una bolsa con volúmenes diversos. Tal vez La regata, de Vicent o Banderas en la niebla, de Javier Reverte. Buscaré de nuevo, como hago en todas las ferias del libro si alguien ha reeditado a Juan Mari Zunzunegui (La vida como es) o si hay alguna interesante novedad sobre esto de juntar letras, el periodismo, que ya -sobre todo su futuro- es una señora rama del ensayismo moderno. Las conchas finas irán al estómago y los libros al estante. Los iré leyendo buenamente, tal vez abandonando o amando. Feria del Libro en la plaza de la Merced. Lo mismo hasta me subo a la estatua de Picasso. Como si tuviera resacón.