En los últimos años se ha extendido un discurso negativo sobre el periodismo que minusvalora su utilidad y su función social, so pretexto de que ya no es necesario porque las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, y en concreto Internet y las redes sociales, hacen innecesaria su existencia, ya que el ciudadano posee ahora numerosos canales de información. Al mismo tiempo, y como ocurre en la novela de Annalena McAfee, ¡La exclusiva!, han entrado en oposición dos modos de entender el periodismo: el periodismo de siempre, el que sale a la calle y está involucrado con los hechos y con los protagonistas, y el infotainment, el periodismo espectáculo carente por lo general de rigor y más interesado por adoptar una actitud sobre todo estética. El uno, más preocupado por conocer y explicar en profundidad lo que pasa en el mundo, y el otro que se queda en la superficialidad más ramplona y que suele despreciar la vida privada, en la que se inmiscuye sin pudor.

Como ha escrito Gay Talese, los periodistas corren en la actualidad el riesgo de perder el oído, la pluma y el cerebro, por lo que hay que reivindicar el viejo periodismo. Pero también los ciudadanos pueden correr, a mi entender, el mismo riesgo, porque el periodismo no tiene que ver solo con la exclusiva y con la anticipación, sino con la descripción, el análisis y la explicación ordenada y argumentada de los hechos que cuenta. Que podamos ver en las redes sociales la imagen de un hecho recién ocurrido antes que en los medios de información, digital o no, no es incompatible con el relato periodístico de esos mismos medios y no lo sustituyen, como se puede desprender de determinadas prácticas comunicativas de consumo que quedan satisfechas solo con el primero de los inputs. Los índices de lectura de prensa, digital o no, no bajan por la desaparición de la función de los medios (sí por su credibilidad) sino por la actitud pasiva de una audiencia que ha modificado sus hábitos de consumo y que no valora el papel de los medios de comunicación. Creencia errónea, asumida paradójicamente como normal en una sociedad desarrollada, que es igualmente reflejo del escaso interés por la lectura periodística.

Casos y situaciones como éstas, que evidencian una crisis en gran parte provocada exógenamente, obliga sin duda a los empresarios y profesionales de la información a reubicarse en el ámbito de la comunicación y en el de las industrias culturales para adaptarse y renovarse, pero no a costa de la desaparición de las señas de identidad de una profesión y de una actividad social fundamental para el funcionamiento democrático de la sociedad. Los principios que siempre han caracterizado al periodismo, y que los diferencia de otras formas de la comunicación, deben ser preservados no solo como garantía de la buena información sino como garantía de nuestra propia democracia, que necesita profesionales y empresarios del periodismo comprometidos con la libertad de expresión y con el pluralismo. Y eso solo lo pueden hacer profesionales formados expresamente para ello en las aulas universitarias, y empresarios de la comunicación convencidos de que la mercancía con la que ellos trabajan es esencial para la convivencia, y no puede estar condicionada por su mayor o menor rentabilidad económica, sino por el compromiso ético con la información. Y en definitiva, por la calidad de los productos informativos, la veracidad de la información, y la responsabilidad y profesionalidad en el desempeño del trabajo.

Pero éstas no son las únicas amenazas. El periodismo siempre ha estado amenazado de muerte en las guerras y en las dictaduras, porque en ambas se tiene miedo a la verdad, y en los estados fallidos en los que el crimen se ha impuesto a las estructuras del poder democrático. Lo ha puesto de manifiesto Bernardo Díaz Nosty en su libro Periodismo muerto sobre los periodistas asesinados y desaparecidos en América Latina entre 1970 y 2015: un total de 1050. Pero también la fragilidad de la democracia en el actual escenario internacional es un factor de regresión de la libertad de prensa en el mundo. Así lo explica la organización Reporteros Sin Fronteras en su clasificación mundial de la libertad de prensa para el año 2017, sobre todo al poner de relieve la erosión de la libertad de prensa que se está produciendo en las democracias europeas y en Estados Unidos y Canadá, países que han estado siempre a la vanguardia de ese derecho.

Todas estas amenazas y desafíos del periodismo hoy lo son también para nuestras democracias y para los ciudadanos que vivimos en ellas. El fortalecimiento de todas nuestras instituciones, y el periodismo lo es, y el de una ciudadanía participativa y crítica, y por tanto formada y exigente, es la mejor manera de sortear los peligros y lo único que nos permitirá afrontar con claridad de miras los retos del futuro.