Me cuesta aceptar que nadie les presentase. Al menos en aquella ocasión en que ambos, Fellini y Picasso, prácticamente compartieron mesa y mantel en Cannes, en 1957. Picasso, invitado de honor al gran Festival de la Costa azul francesa; Fellini, participante en la sección oficial con Las Noches de Cabiria, película por la que obtuvo la Palma de Oro quien fue su esposa hasta su muerte, la actriz Giulietta Massina.

Me da mucho corahe -como decimos en Málaga- que no se dieran la mano y cruzaran, por encima de sus comprensibles egos y los 40 años de edad de diferencia, los previsibles dardos y las flores de una conversación entre genios.

Hablamos anteayer de eso en el auditorio del Museo Picasso con Gerald Morin, asistente de Fellini desde que fue a hacerle una entrevista cuando el director estaba rodando Roma, en 1971, hasta que el genio de Rimini terminó de rodar Casanova, en 1976. Me resultó fascinante escuchar a Morin cuando contaba las discusiones entre Fellini y Donald Sutherland a voz en grito en las que él intentaba mediar. Fellini pintaba con su mirada cinematográfica, pero los dibujos de sus cuadros de celuloide se le rebelaban como actores, a diferencia de Picasso que pintaba modelos y ensoñaciones sin aportar otro ego al suyo. Seguir la pista de los dos genios mediterráneos resulta oportuno y recomendable. No es de extrañar que una mujer tan joven como Audrey Norcia, comisaria de la afortunada exposición que enfrenta elementos artísticos de ambos en el Museo Picasso Málaga, quedara seducida en su investigación por sus respectivos fantasmas.

Sus coincidencias surgen de sus diferencias. Picasso nacido en Málaga a orillas del mar en el que tanto le gustaba bañarse y mostrarse en bañador. Fellini nacido a orillas del Adriático en el que jamás nadó, nunca aprendió a hacerlo y nunca se puso un traje de baño. Picasso expansivo, Fellini tímido. Picasso y sus sucesivas mujeres, Fellini y Giulietta unidos hasta la muerte del director un año antes de morir ella. Fellini echando las alas en Roma, Picasso en París. Los genios no echan los dientes sino alas como manos, como esa paloma quiromántica que recuerda los dibujos y la poesía de Rafael Pérez Estrada junto a calle Larios, en la calle La Bolsa, en Málaga (los cardenales jugando al tenis con toda su púrpura al aire o domando pegasos que dibujaba Rafael, a propósito, recuerdan a la secuencia del desfile de moda cardenalicia de Fellini).

Los sueños son el cinematógrafo de los pobres, repetían como lema Fellini y los actores -entre ellos Giulietta Massina- que dirigía para sus crónicas en la radio en aquellos años de 1940.

Fellini ya era distinto desde su primer largometraje, El jeque blanco (1951), como lo era Picasso desde antes de la época azul. «Yo no busco, encuentro» decía el malagueño. «Yo encuentro, pero sigo buscando» decía el de Rimini. La manera admirada y divertida en que Fellini dibuja a Picasso, en el cuaderno en que estuvo contando sus sueños durante tres décadas, habla de una curiosa relación que no fue. Pero sí es. Se puede comprobar hasta el 13 de mayo en el Museo Picasso.