Si es usted uno de esos insensatos que aún no hay ido al Caminito del Rey, no sé a qué está esperando. Yo perdí muchas oportunidades. Incluso pude haber ido en vísperas de su inauguración, en un bus lleno de periodistas y directivos de medios que fletó la Diputación de Málaga, institución que lo ha adecentado invirtiendo varios millones de euros. Aún hoy lamento no haber sido testigo de los a buen seguro jugosos cotilleos que debieron soltarse en aquel trayecto. Perdí más oportunidades, así es la vida, vas postergando cosas por consagrarte a la rutina, que es un monstruo tenaz y voraz que juega sucio y te succiona la vida. Fui finalmente. Podría adornarme con prosa de folleto y hablar de la emoción del paisaje, del vértigo que te hace soltar adrenalina, de la imponente montaña o la pequeñez humana comparada con la grandeza desafiante de la naturaleza.

Pero prefiero trasladarles lisa y llanamente que madrugar, viajar a la zona, franquear la entrada, ponerse el casco y pasar la mañana por esos desfiladeros es sencillamente una experiencia de pura madre. Fuera de lo común, sobre todo para mí, que soy un urbanita que los únicos equilibrios al filo que ha hecho son sobre los bordillos. Uno siente allí el peso de esa vertiente de la historia humana que es desafiar lo agreste para llevar el progreso. Por encima incluso de sus cadáveres. Uno allí elucubra sobre lo que supondría en el pasado, hace más de cien años, meter pantanos, ferrocarriles, caminos, canales, barandillas, recovecos. Imagina voces, lamentos, alegrías, ingenios mecánicos que acaban funcionando.

Los guías son amables y versados, el agua que uno lleva en su botellita sabe a reconstituyente, a gloria, el cielo parece otro, se ven raras aves y hasta en el momento crucial del puente más puente y que el viento cimbrea, uno, sintiéndose Indiana Jones, experimenta sensaciones que valen mucho la pena. El puente está colgado a 105 metros de altura, la ruta total se plantea a lo largo de 8,5 kilómetros por el Desfiladero de los Gaitanes, sobre el río Guadalhorce . Lo de Caminito del Rey le viene de 1921, cuando Alfonso XIII hizo el recorrido para la inauguración de una de las represas. La pasarela más terrorífica del mundo, titulaba un periódico en estos tiempos de lucha por el click. Hice click, claro.

Cien millones de euros de impacto turístico ha dejado ya en tres años el Caminito del Rey. Un millón de visitantes. Varios centenares de puestos de trabajo directos e indirectos se han creado. Viene gente de toda España expresamente. Y hasta, como dicen los cursis, se ha dinamizado la zona. Yo me dinamicé mucho las piernas esa mañana. Terminamos el camino y mi señora me dijo que esas cosas rejuvenecen. De hecho, ella me resultó mucho más joven que cuando iniciamos el camino. Si esto en lugar de una columna fuese o fuera un cuento surrealista diría que en las fotos de aquel día estoy más joven que en otras tomadas años atrás.

Vayan al Caminito. Incluso si no lo pasan bien, cosa que dudo, podrán subir fotos a Instagram. Quedan mejor que las de pies, barbacoas o cervecitas en Pedrega. Oye, y que bien aprovechado el día, te queda tiempo para ir al balneario Villa Padierna en Carratraca, a comer a Álora o a Ardales. O la playita. Esta provincia mola.