Como este año el Día del Libro ha caído en lunes, día que no es propicio para las celebraciones, me dije que sería una buena idea festejarlo este sábado con un artículo; y para acompañar la solidez del papel, nada mejor que la fugacidad paciente del vino. Descorchemos:

Diez razones para beberse un libro mientras se lee un vino.

1. La tinta y el vino son líquidos mágicos. Ambos contienen la propiedad asombrosa de albergar mucho más de lo que aparentan, sin además dejar por ello de ser maleables y cercanos: no hay nada más fácil que abrir un libro o una botella de vino. Quizás la única diferencia sea la presentación, pues si el vino se bebe fresco o a temperatura ambiente, la tinta se adquiere seca y extendida, hecha palabras.

2. El cristal de la botella y el papel del libro son materiales nobles y humildes. No son costosos, se reciclan y están al alcance de todo el mundo. Acompañan al ser humano desde hace siglos y están en las casas, en los museos, en las fiestas.

3. Un buen libro y un buen vino se abren y nunca más se cierran. Cuando descorchamos una botella prodigiosa o iniciamos la lectura de una historia que nos engancha, las horas no pesan: pasado, presente y futuro se hacen un solo tiempo y los instantes son, al menos por una vez, sinónimo de felicidad.

4. Nos gusta el olor de un libro nuevo y el aroma de un vino viejo. La maravillosa sensación de aspirar la fragancia de un libro recién salido de imprenta es uno de los placeres más sencillos que existen; rellenar una copa con un vino añejo y empaparse de sus secretos es sentirse detective de emociones.

5. Hacer un buen libro o un buen vino requiere arte y paciencia. ¡Con qué alegría trasegamos o nos leemos uno de estos artefactos! Y es verdad que en ese momento no sabemos cuánta paciencia, tesón y desvelos han costado. En este aspecto, recomiendo visitar alguna vez una bodega o la mente de un escritor o escritora para ser más conscientes de ello. Eso sí, para la segunda visita no se olvide de ir preparado para ver fantasmas y pesadillas varias.

6. Al beber con un libro, brindamos con quien lo escribió. En una ocasión así, mientras paladeamos libro y vino, hacemos un homenaje silencioso y sincero a la literatura: es una de las pocas ceremonias del mundo que no precisan de participantes. Leer es una religión solitaria.

7. Al leer con un vino, subrayamos las palabras con sorbos. Haga quien lee este artículo este curioso ejercicio y se dará cuenta de que cuando una frase le gusta especialmente, acudirá a la copa para bebérsela y hacerla suya. De esta forma, la boca acompaña a la mirada en el hallazgo de ser sorprendida por un párrafo inolvidable.

8. Cuando un vino se acaba o un libro se termina, nace un recuerdo. Los buenos momentos nunca se pierden, los guardamos en el cofre de la memoria y forman parte de nuestra pequeña enciclopedia de suspiros satisfechos. Esto probablemente ocurre porque así desterramos la tristeza repentina de ver una botella vacía o un libro que hemos acabado y que, con resignación, volvemos a poner en la estantería, sabiendo que lo podremos releer, pero nunca más leer.

9. Las palabras y las copas saben bien en soledad y mejor compartidas. En este punto del decálogo, vamos a ponernos contradictorios y polémicos, pues parece desdecir lo escrito con anterioridad. En realidad lo complementa, pues libros y copas se pueden tomar tanto en soledad como en compañía, aunque solamos hacer lo primero solos y lo segundo acompañados, leer con más personas o beber en soledad es una forma más de...

10. Descorchar un buen libro y leerse una vieja botella es atreverse a ser feliz.

Creemos

en las palabras y las copas,

en los bosques de cristal

y los paraísos de papel.

Adoramos

a la luna de agosto,

la tinta y la imprenta,

el corcho y la uva,

las librerías,

los bares,

el olor a libro nuevo

y el sabor del vino añejo.

Porque descorchar un libro y leerse una botella

es atreverse a ser feliz,

brindamos por quienes se fueron,

por quienes vendrán