Sonó el teléfono en la mañana del domingo 28 de abril. Llamaban de Madrid. Era mi buen amigo y siempre admirable maestro, el embajador José Cuenca. Uno de los más grandes embajadores de la reciente historia europea, gran escritor, además de docto e ilustre cervantista. Respecto de las modas actuales, me dijo algo, que por venir de quien venía, merecía encabezar este artículo: ¿Cómo puede pasar de moda el Partenón?

Me aconsejó don José la lectura del estupendo texto que don Antonio Burgos acababa de publicar ese día en las páginas de opinión de ABC: ´Hoteles con desencanto´. Cito en el artículo del maestro sevillano: «Lo que era Estilo Luis XV, lo han puesto ya todo, ay, Estilo Ikea». También nos contaba don Antonio su consternación ante una nueva moda mundial: «acabar con la esencia de todos los grandes hoteles históricos, su mobiliario y el ambiente que los hizo únicos, porque dicen que eso está «pasado de moda» y que «hay que renovarlo de acuerdo con las leyes del mercado».

Como doloroso ejemplo citaba el autor uno de aquellos «crímenes de lesa decoración», el cometido en el otrora augusto Gran Hotel Dolder de Zúrich. No fui insensible ante esas palabras. No en vano el Dolder había sido mi segunda casa en la Suiza de habla alemana en la década de los setenta y en los comienzos de los ochenta. Y no en vano ese maravilloso hotel había inspirado a John le Carré (antiguo cliente de un servidor de ustedes en el Hotel Los Monteros de Marbella y en el Villa Magna de Madrid) en la creación de una de sus mejores novelas: The Night Manager. Y además, cómo no mencionar a mi antiguo colega e inolvidable amigo Raoul de Gendre, el director del Dolder en aquellos años gloriosos. En aquellas gratas cenas en su compañía, el maestro de maestros hoteleros, en un español perfecto, me enseñó no pocos de los secretos y tesoros de la mítica galaxia de los grandes hoteles europeos de aquella época. La que parece que los nuevos bárbaros desearían borrar de la faz de la tierra.

También cita don Antonio Burgos otra cruz en esta nueva vía dolorosa: el Vier Jahreszeiten de Munich. «No han dejado viva una sola habitación ´histórica´, poniéndolas todas horrendamente modernas». Sacrílego atentado no solo contra un hotel emocionadamente grande en todos los sentidos, sino a una de las más bellas ciudades de la Mitteleuropa: Munich. Y por supuesto una brutal falta de respeto a un mundo - el de los grandes hoteles - al que la humanidad llegó después de miles de años de evolución e inteligencia. Me permito citar el primer párrafo del artículo que hace unos años le dediqué a este gran Palace en el 17 de la Maximiliamstrasse muniquesa: «Desde su inauguración, hace 151 años, el Hotel de las Cuatro Estaciones de Munich - el Vier Jahreszeiten - ha sido asociado a la elegancia y a la solidez de una casa muy apreciada tradicionalmente por los miembros de la nobleza que figuraban en las páginas del Gotha. No en vano tiene el récord de haber albergado en un sólo día a 139 personajes del famoso anuario alemán del gran mundo».

También nos cuenta don Antonio Burgos que este «historicidio hotelero» ha llegado también al Ritz de Madrid. Y al de París. Hace solo unos días, en una conocida Sala de la madrileña calle Claudio Coello se han subastado algunos de los tesoros del Ritz de la capital de España. Otro de los disparates de esta crónica negra de la estupidez. En la que unos avispados compradores han demostrado tener más sensibilidad e inteligencia y, por supuesto, mejor gusto que los gestores actuales de ese espléndido hotel. Me cuentan que en una de las pujas se ofrecieron 10.000 euros por los gloriosos moldes de cocina que habían salido inicialmente en 100 euros. También me cuentan, horrorizados, lo del espléndido ´caviar-set´ en plata y madreperla que la que fuera una primera dama de Filipinas había regalado al Ritz. Había salido en 500 euros. En la puja final esa joya alcanzó los 17.000 euros.

«L´ignorance alliée au pouvoir est l´ennemi». Fue una de las pintadas de las jornadas parisinas de aquel mayo de 1968.