En la foto de un nuevo gobierno hay una cierta ternura, que contrasta con la dureza del enorme poder que desde ese momento ejercerán. Es la ternura que suscita siempre la inocencia, la confianza en que las cosas irán bien, el genio de lo promisorio, como los adolescentes de un baile de debutantes, los niños de una primera comunión o unos jóvenes recién casados. Esas risitas gozosas, ese entusiasmo a duras penas contenido pero que desborda las comisuras y querría ser sonrisa de oreja a oreja, ese espíritu algo juguetón que los anima. Entre los debutantes hay siempre algún veterano que ya ha pasado una o más veces por el trance y no sonríe, o lo hace con la malicia del repetidor entre novatos. Cuando rompen filas suelen hacer chistes. El monarca de turno sonríe siempre, pero es más bien la sonrisa de saberse fijo entre eventuales, permanente entre pasajeros o necesario entre contingentes.