Los célebres ´Inventos del TBO´ alcanzan a la política. Bueno, ya las publicaciones de humor como ´DDT´ hicieron famosa la sección ´Diálogos para besugos´, que representaba muy bien a los políticos de la época, allá por mediados de la dictadura franquista. Nos lo recordaba Josep Maria Ruiz Simón hace unos días en el diario La Vanguardia: decía el filósofo que «Si lo que Puigdemont pretende hacer es una República independiente construyendo una monarquía absoluta desde el exilio, sería un invento realmente colosal, digno del profesor Franz de Copenhague». El enredo del pretendiente gerundense parece digno del imaginario inventor del antiguo tebeo. Andan buscando los comentaristas un título, un papel, un rol para atribuir al expresident de la Generalitat de Catalunya. Se barajan distintas y variadas opciones: monarca, presidente de república, caudillo, mago, dictador, actor€ Puede que sea alguna de ellas o varias a la vez. Dejemos al lector que otorgue el cargo que mejor le parezca, según la obstinación del personaje, su actuación ante el estado actual de Cataluña, la actitud de sus seguidores, el proceder de los demás políticos de esa comunidad, la táctica de su formación, la conducta de sus correligionarios, la posición de los distintos partidos políticos del Estado...

Actúa Carles Puigdemont como un monarca absoluto, dirigiendo la política catalana desde la larga distancia, como un rey gobernando desde otro país -como hiciera algún inefable ´mandatario´ africano de funesto recuerdo-, exigiendo reuniones en su castillo lejano o en sus pabellones de caza bruselense o berlinés. Sería de esperar que, de gobernar en el futuro, no se comporte como el monarca que ha sido históricamente considerado como el peor de los que ejercieron en el Reino de España, Fernando VII, tristemente apodado como ´el Deseado´. Se proclama Carles Puigdemont como presidente de la república sin haber sido investido, huido de la justicia tras haberla proclamado sólo momentáneamente, una república independiente virtual que duró solamente unos ocho segundos, tras los cuales el mismo president la dejó en suspenso. Su actitud actual es la de un caudillo al que sus adeptos siguen a ciegas sin meditar sobre la situación en la que se encuentra la comunidad a la que pretende gobernar. No atiende a las peticiones de sus colegas de otras formaciones para que se forme un gobierno que cumpla la legalidad y gobierne realmente. Y la tenacidad de su caudillaje no admite su práctica sustitución. Tiene Puigdemont los poderes de un mago, de un ilusionista, de ese encantador que consigue que le sigan sin apreciar que su éxito no es real sino solamente una apariencia. Y logra hacer de su estancia en otro país todo un espectáculo. Además, parece un gran actor.

Y encarna perfectamente como tal. Porque ni gobierna ni deja gobernar, como en la obra del Fénix de la Ingenios. Sería El perro del hortelano, esa comedia palatina de Lope de Vega, publicada dentro de la titulada Oncena parte de las comedias de Lope Félix de Vega Carpio en el imperial Madrid de Felipe III, de hace precisamente cuatro siglos, en 1618.