Solemos hablar del mes de agosto como si hubiera uno sólo, cuando en realidad hay dos, partidos por la fiesta de la Virgen de Agosto. El primer agosto es una inercia del verano de julio, y en él todo va cansando del mes anterior, hundiéndose poco a poco en el tedio, lo que explica la necesidad, para compensarlo, de tantas fiestas (que acaban a su vez invadidas por el tedio). En cambio el segundo agosto es promisorio, anticipa el descanso del descanso (que puede ser tan cansino), está animado por el espíritu de las vísperas y exhibe la pletórica madurez final de las hojas de los árboles caducifolios, cuando se lo tienen más creído, aunque también con menos fundamento. Entre los dos agostos está la Virgen de Agosto, que suele estallar en fuegos artificiales para separar bien las dos mitades. Mientras la gente los mira agosto cambia el escenario, y al apagarse la última luz ya es el otro.